El músculo duerme, la ambición no

Día de descanso en el Tour. El músculo duerme, la ambición no descansa. Los corredores harán bastantes kilómetros de entrenamiento por los alrededores de Val d'Isere, cabecera de la etapa que les llevará a Briançon, tras escalar el Iseran, el Telegraph y el Galibier. Etapa clásica, etapón que contemplará impasible como tantos años ya Henri Desgrange desde su estatua en granito junto a la cima del Galibier. Desgrange, el periodista que ideó esta bendita locura que nos llena el mes de julio a los aficionados al deporte de toda Francia, de toda España, de toda de Europa, ya casi de todo el mundo.

Francia embellece el Tour, el Tour cose a Francia, ese país tan diverso, que tiene desde alemanes hasta vascos, desde catalanes hasta bretones, que tiene normandos, provenzales, alpinos... Eso de siempre. Ahora tiene también argelinos, subsaharianos, vietnamitas... Un país vario y difícil, del que De Gaulle decía que era ingobernable desde el mismo momento en que fabrica queso de 365 formas diferentes, tantas como días tiene el año. Pero cada verano el Tour de Francia es un hilo multicolor que lo zurce todo, que saca a todos a la calle, dispuestos a disfrutar. Aunque haga tanto que no lo gana un francés.

Un día de descanso, decía, tras una etapa gloriosa, la de anteayer, con los ataques en Tignes que dejaron a varios españoles bien clasificados en la general, y a Vinokourov un poquito más lejos. Me quejo, como Trueba, de cierto exceso de prudencia de algunos, de la excesiva cesión de la responsabilidad de la etapa. Les pido a los nuestros todo: el heroísmo y la victoria. No me gusta el cálculo, detesto el pinganillo, temo que los entrenadores se estén apoderando de esto. Este es el deporte de la epopeya, para el cálculo ya tenemos el ajedrez, insuperable en lo suyo. El Galibier asoma. Destruyan los pinganillos.

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