Reflexión sobre la estética y la decencia

Decía Valdano en una entrevista en El Mundo que como madridista quería que ganara la Liga el Madrid, pero que como aficionado prefería que la ganara el Barça, por la mayor belleza de su fútbol. En parecido sentido se pronunciaba Juan Cruz ayer en estas páginas, cuando expresaba su confianza, según avanzó la tarde, en que una especie de justicia poética diera el título al que ha hecho el mejor fútbol: el Barça. Les entiendo a ambos tanto como les aprecio. El Barça ha tenido más calidad, más brillo en su fútbol. Apetecía poner la tele para ver los partidos del Barça. No tanto para ver los del Madrid.

Pero la excelencia artística no es lo único que habría que buscar en el fútbol, o en el deporte. Hay otros valores que, desdichadamente para él, ha olvidado el Barça de esta temporada, empeñado en seguir paso a paso la senda de destrucción del Madrid galáctico: pecados de 'vedettismo', conflicto entre las 'primas donnas'. Molicie, fatuidad... Los madridistas saben bien de lo que hablo. Ese Ronaldinho escaqueado en el gimnasio o donde quiera que sea que ha estado durante tantas y tantas sesiones de entrenamiento... Ese Etoo levantando cada poco la voz con mal tono... Esa debilidad de Rijkaard...

Admirable por la belleza de su juego, despreciable por lo poco edificante de su conducta. Eso ha sido el Barça. Lo contrario que este Madrid, capaz de superar aquel ambiente envilecido que llevó incluso a provocar la retirada de Zidane. Ya a nadie se le oculta que la salida de Ronaldo fue decisiva. En los últimos meses, con su juego directo y primario, casi troglodita, el Madrid ha enardecido a los suyos por la lección de coraje, de superación, de solidaridad. Un fútbol sin exquisitez, pero con decencia. Un fútbol que no es hermoso, pero que no debe ser despreciado. También es fútbol. Y enseña algo.

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