El fútbol pone a una ciudad en el mapa

Primero vimos nacer y morir clubes. Luego adquirieron la facultad legal de resucitar, una o varias veces. Y ahora la norma está a punto de amparar el club trashumante. El Ciudad de Murcia, con ocho años de vida, negocia el cambio de apellido, y entre seis y diez ciudades están dispuestas a acogerle, lo que prueba que hay una alternativa a que la UNESCO declare a una ciudad patrimonio de la humanidad para ponerla en mapa. Basta un buen equipo de fútbol. Y si no lo creen, pregunten esta semana en Getafe.

Yo, sin embargo, no creo en la fórmula pactada por Liga y Federación, porque permite traficar con un club, venderlo al mejor postor, favorecer la especulación (si no hay pelotazo en Oriente se habla con Occidente) y, en momentos como éstos, convertir al fútbol en poderoso instrumento electoral. Y tampoco me parece de fácil aplicación. Se recuerdan pocas movilizaciones ciudadanas tan apasionadas como aquellas que siguieron al descenso administrativo de Sevilla o Celta en 1995. La presión popular obligó al Gobierno de entonces a readmitirlos en Primera aún a costa de agigantar la categoría hasta 22 equipos. Y el Gobierno de ahora ha encargado un informe jurídico por si procede la anulación de este acuerdo LFP-FEF. El primer club de una ciudad (y hasta el segundo o el tercero, según su tamaño) forma parte del mobiliario urbano: si está bien conservado se luce y si se deteriora (económicamente), el Ayuntamiento lo restaura. Por eso nunca vi al Valladolid lejos del Pisuerga. Lo del Ciudad resulta otra cosa. En Murcia es un cuerpo extraño, lejos de Murcia un filón de votos.

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