Los devaneos capilares de Beckham

Los devaneos capilares de los futbolistas no gustan nada. Pero nada, nada. Y tampoco los tatuajes. Es injusto, pero es así. El aficionado telúrico que llevamos dentro asocia la fiabilidad de su equipo y de sus jugadores a determinadas pautas clásicas, y cuando alguien las vulnera siente incomodidad. César de rosa, o el Getafe de pistacho, o esos estrafalarios uniformes alternativos que no sé quién inventa, o el Atlético de rojo y blanco pero sin rayas, sino en dos largas franjas... Todo eso produce inquietud. ¡Aún recuerdo la que se armó la primera vez que el Madrid se puso las tres rayas de Adidas!

Y los devaneos capilares, decía antes. Y los tatuajes. A los muchachos les gustan, y les proporcionan un plus publicitario, pero a las aficiones las ponen de uñas. Reflexionemos: Niño Torres, Cañizares, Guti, Beckham, Yeste... ¿No son todos ellos mirados con desconfianza injusta? Quizá Guti y Yeste tengan devaneos de 'vedette', con ese aire melancólico de genios incomprendidos, pero ¿se puede exigir más seriedad a los otros tres? Y sin embargo el aficionado se les resiste. Con Cañizares y Torres la toman todos los que no son del Atlético o del Valencia. Y Beckham se va con la música a otra parte.

Lo pensaba el domingo, viéndole en San Mamés, con su despliegue de siempre, su fútbol profundamente inglés, la exquisitez de su golpeo... Pensaba una vez más cuánto le ha costado a este hombre que le aceptamos, con qué frecuencia se le ha culpado (¡como si pudiera reducirse a eso!) del desmoronamiento del florentinato, con qué facilidad ha dejado Capello que se marchara, con qué ganas le mostró tarjeta el árbitro porque pidió correctamente que colocara a los rivales del Athletic a la distancia justa. Es el fútbol que es así, cargado aún de atavismos, desconfiado de quien desafía las viejas liturgias.

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