El espectáculo favorito de la vieja Europa

Encaré con nostalgia el partido de anoche entre el Manchester United y el Milán. Con la nostalgia que nos produce la ausencia de nuestro fútbol de este nivel, las semifinales de la Champions, al que siempre esperaríamos que se asomara al menos uno de los nuestros. No ha sido así, por unas cosas o por otras, y por eso al empezar el partido tenía la sensación rara de que me faltaba algo. Pero era una sensación equivocada: no me faltaba nada. El buen fútbol es de todos, es para todos. Cuando se ve jugar tanto y tan bien al fútbol, con tanto arte, tanto genio y tanta intensidad, no se echa en falta nada.

Gran partido, grandes futbolistas. Cinco goles, repartidos entre tres genios: Kaká, dos, Cristiano Ronaldo, uno, y Rooney, otros dos. Jugadores descomunales, de los que querríamos tener aquí y no tenemos, de los que nos despiertan la nostalgia de ese tiempo reciente y ya acabado, en el que el Madrid fue capaz de comprar a los mejores. ¿Podría hacerlo ahora? Lo dudo. No se trata sólo de dinero, se trata también de ofrecer un espacio grato en el que moverse y trabajar, un ámbito honorable, una causa, la seguridad de que el genio de turno va a encontrar las condiciones ideales para su desarrollo.

Eso es lo que hay que recuperar aquí. Eso que perdió el Madrid primero y ahora pierde también el Barça, que repite fatalmente los defectos del modelo, con las mismas consecuencias. Esa pérdida de valores no sólo nos aleja de las semifinales de la Champions: también hace difícil que los superjugadores que pueden elegir destino nos elijan a nosotros. Pongan la casa en orden y luego me avisan, vienen a decirnos. Y se quedan en el Manchester o en el Milán, donde se dan las condiciones para soltar un partidazo así, de los que hacen de la Champions el espectáculo favorito de la vieja Europa.

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