Partido grande en Stamford Bridge

Partido grande en Stamford Bridge, digno de estas alturas de la Champions, que sólo alcanzan los mejores. Partido grande en el que el Valencia, cada vez más claro abanderado del fútbol español, nos dejó orgullosos. Por su fútbol, por su nervio, por su disposición. Quique ha recuperado el espíritu guerrero que en este equipo metieron Cúper y Benítez, pero además le ha añadido cierto encanto. Quizá sea hora de que el Valencia se plantee hacer de él una figura de entrenador-manager a la inglesa, y acabar así con esa bicefalia que tantos problemas suscita desde hace tiempo en el club.

Pero eso es otra historia. La de hoy es el partido, del que el Valencia se trae lo que pedíamos: un gol de esos que por costumbre decimos que valen por dos, porque son en campo ajeno. El de ayer, por su luminosa calidad, valió por catorce. Un gol para acreditar más aún a Silva, la última gran aparición de nuestro fútbol. La UEFA, por cierto, estrenó ayer un sistema que mide lo que recorren (corren) los futbolistas. Resulta que Silva fue el que más de su equipo: pasó de los doce kilómetros. Jugador colosal, jugador total, de talento y sacrificio. Jugador de todo el campo, de todo el tiempo, de todos los campos.

Lástima que un mal saque de Cañizares, seguido de una indecisión, costara el empate de Drogba. Sin ese resquicio el Chelsea no hubiera podido llegar al gol, porque aunque apretó con su estilo, su entusiasmo y sus armas, no tenía fútbol para desarticular al Valencia. Ballack y Shevchenko no son lo que fueron y Drogba chocó con Ayala en un intenso duelo, de grandeza deportiva con tintes carcelarios, porque son dos tipos verdaderamente duros. Queda la vuelta. No será fácil. Pero el Valencia es el que tiene la moneda, y el que tiene la moneda, la cambia. Al fondo del pasillo espera el Liverpool. ¡Qué morbo!

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