Este juego sí es para estar satisfechos

Vale, vale. Islandia es un país pequeño, con poco donde escoger y sólo ganamos por la mínima. Pero eso no quita mérito a lo que hizo ayer España. El partido fue difícil. Contra todo pronóstico fue difícil. Porque llovió una enormidad en la primera parte, lo que favorece al equipo que se embotella; porque el árbitro les dejó pegar horrores: porque se nos lesionó el goleador; porque cuando escampó les perdonó dos penaltis; porque el portero Arason se creció y se creció hasta convertirse en un gigante. España ganó remando río arriba durante todo el partido. Ganó con el gol de un pianista, por cierto.

O sea, que merece la pena confiar en los pianistas. Cuesta arriba y cuesta abajo, con buen tiempo o contra viento y marea. Eso por un lado. Por otro, crucemos los dedos para que sobre este partido se construya un nuevo equipo, que es algo más que un agregado de hombres: es un conjunto de lazos que les acercan, es la fe en un modelo, es una suma de recuerdos comunes, es un propósito compartido. Un mal trance superado juntos es algo que une mucho. Y España, créanme, pasó ayer un mal trance. Un empate ante Islandia hubiera sido la puntilla. Una victoria conseguida así hace renacer.

El gol tardó en llegar, con todos los grandones ahí metidos y el portero sacando lo imposible. Pero ese larguísimo asedio, corner tras corner, apertura a la banda tras apertura a la banda, enseñó una cosa: siempre es útil confiar en el fútbol. Conviene confiar en Xavi, en Iniesta, en Silva, en Villa, en Torres... en los que jueguen bien. Conviene aliarse con el fútbol, no precipitar, no tener prisa ni hacer pausa, insistir. Porque haciendo eso es casi imposible que el gol no aparezca. Y si no aparece, al menos se ha hecho lo que se debía. Ayer se hizo y apareció el gol. ¡No íbamos a despedir a José Ángel de la Casa con un fracaso!

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