Sergio Ramos dio la voz de alarma

Sergio Ramos dio la voz de alarma: "Marqué y parecía que había hecho algo malo", comentó por la noche en El Larguero. La tele mostró el banquillo: Raúl levantó los brazos y dio unas palmas desganadas. Michel Salgado y Helguera, al lado, comían pipas, impasibles. La alegría del joven Sergio Ramos cayó en el vacío. Esa noche Florentino Pérez decidió dimitir. El partido siguiente era la visita del Atlético al Bernabéu y él no se veía en el palco presidiendo un eventual vapuleo del Atlético al Madrid. Para los madridistas de su quinta, el gran fantasma sigue vistiendo con rayas de colchón.

Desde entonces el Madrid está instalado en la provisionalidad. El proyecto galáctico, que empezó a arder cuando el gol de Galletti en la final de Copa de Montjuïc, terminó de consumirse con la derrota en Mallorca aquel día del gol Sergio Ramos. Lo que queda son cenizas. El intento de reavivarlas se ha manifestado inútil. Mijatovic y Capello perdieron el verano. Les faltó arrojo, o criterio, o tiempo, o todo. Dieron salidas menores, se quedaron con el grueso del problema. Y el grueso del problema ha estallado en el peor momento. Y Florentino, arrepentido de su huída, y maniobrando por detrás.

Y así llega el Madrid a Mallorca, con un equipo en reconstrucción, que apunta cosas, pero que está muy tierno y tose entre el humo de aquellas ilustres cenizas una y otra vez agitadas. Ahora dice Capello que aún ve a Ronaldo con la 'maglia' blanca. Pues qué bien. Mientras, va con un banquillo sin ningún delantero, porque esto se planificó así y Soldado pone ahora sus goles a disposición de Osasuna. El Mallorca, tras ganar en Sevilla, se siente otro. Gago e Higuaín, alma de Boca y alma de Ríver, núcleo de esa difícil reconstrucción, tienen hoy otra prueba de aúpa. Acaban de llegar y el Madrid cuelga de ellos.

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