La sobrevenida sosería de la Copa

Las pantallas emiten imágenes de partidos y más partidos. Partidos de ida de la Copa, partidos sin más, con un fondo de gradas vacías. Fútbol porque sí, fútbol a la espera de que vuelva la Liga. O que llegue la final, en la que aparecerán dos de estos, y sólo entonces los tendremos en cuenta. Es la Copa, que entre todos hemos conseguido convertir en una sosería. Parece mentira: el fútbol más apasionante, el de las consecuencias inaplazables, convertido en nada entre dos platos. Viendo esas imágenes de campos vacíos me preguntaba qué pensará Villar de esta su competición. Si es que piensa algo de algo.

Todo el mundo pasa de esto. Empezó porque jugaba el segundo portero, ahora ya juegan suplentes en todos los puestos. Se aprovecha para mover el banquillo, para desenmohecer a los olvidados, para dar oportunidades o, en el peor de los casos, para que el entrenador se cargue de razones, cuando los ocasionales no dan la talla. El sistema es una pura murria y a mí no deja de parecerme absurdo que hayamos degenerado así una competición que en la tierra de los inventores, Inglaterra, apasiona, simplemente porque la dejaron como era cuando la idearon. Aquí cada cambio ha ido a peor.

Menos mal que están el Madrid, con su crisis a cuestas, y el Betis, con ese Luis Fernández que ha reactivado al mundillo verdiblanco gracias a su verbo fácil y entusiasta. El Madrid deja en casa a Ronaldo, Cassano, Beckham y Salgado, caras visibles de una depuración tardía y de consecuencias impredecibles. Van Higuaín y Gago, tiernas banderas de una reconstrucción difícil y necesaria. Les espera el Betis, con diez distintos de los que ganaron al Celta. Betis-Madrid. Un clásico. Pero el interés lo aportan ellos y su circunstancia, no la Copa. La Copa está hecha una lástima y bien que lo siento.

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