Intensidad y rumbo a la Champions
En estos tiempos modernos del fútbol, en los que el talento tiene que doblar la rodilla -el Bernabéu puede dar buena fe de ello- y cobran protagonismo la fuerza física del Chelsea, el rigor táctico del Oporto campeón de Europa o la suerte de Grecia en la Eurocopa, Osasuna está aprovechando la sencilla fórmula que le ha caracterizado históricamente para brillar en la Liga: la intensidad. Así, jugar contra los rojillos desvela las flaquezas del resto en este aspecto. Nadie juega con las ganas de Osasuna. Nadie muerde como Osasuna. Nadie afronta el partido como si fuese el último como lo hace Osasuna. Y no deja de ser curioso, porque parece algo corregible, pero nunca se da el caso. Se asume. Se da por sentado. A Osasuna, por ganas, no se le supera.
Una vez reconocido que este tema es indiscutible, se le suma el fútbol. Y los de Aguirre lo tienen. Raúl García parece llevar toda la vida jugando en El Sadar. Las bandas son como cuchillos bien afilados. Los puntas tienen velocidad, experiencia y gol. Y el banquillo ofrece la frescura adecuada. Ayer sólo fue necesario un cóctel de todas estas virtudes para remontar el encuentro. Ni más ni menos. Lástima que esta temporada el pescado sea el más caro de vender de los últimos años. Porque cualquier otra temporada los rojillos podrían incluso soñar con la Liga. Sólo un equipo capaz de aunar a Osasuna, Chelsea, Oporto y Grecia, cada uno por su peculiaridad, sería invencible. Y el Barça, a día de hoy, se asemeja mucho a esa definición. Una pena.