Muchos entendidos, pocos aficionados

La asamblea de la ACB se reunió ayer, desesperada y tardía, en busca de soluciones ante la decadencia del interés televisivo de su competición. Es curioso: la estructura central de la ACB, cuya gran finalidad es, en realidad, obtener ingresos televisivos que permitan una competición saludable, cuesta más que lo que consigue obtener ya de las televisiones. A eso ha llegado, cuesta abajo en la rodada, con una estrategia que se ha entregado a fines suicidas (cultivo del federalismo asimétrico, aburrimiento sistemático del Madrid, volatilidad de plantillas, exaltación de foráneos de todo tipo...). Y no quiere darse cuenta de eso.

Porque el baloncesto no ha perdido interés como espectáculo televisivo en la sociedad española. Basta que juegue la selección para que las audiencias recuperen dimensiones honorables. Pero el baloncesto ACB ha aburrido hasta el punto de que un Madrid-Barça, final de la Supercopa, se convierta en la transmisión número 359 del año por número de espectadores. Ese no es el lugar del baloncesto y menos de un Madrid-Barça con una copa en juego. Ese lugar refleja un desinterés galopante que no tiene otra causa que una política reiteradamente equivocada de la ACB. Y el problema es corregir eso. Y para corregirlo lo primero es reconocerlo.

Las televisiones dan lo que interesa a la gente y resulta que ahora el motociclismo, la Fórmula 1 y el ciclismo han ido adelantando a ese baloncesto de muchos entendidos y pocos aficionados (expresión feliz de Imbroda) en que hemos desembocado con esas políticas insanas e insensatas que, obsesivamente aplicadas durante veinte años (nada menos) han dado lugar a esto. Es triste y es duro decirlo así, pero es que es así. Algunos (cada vez más) directivos de clubes van reconociendo esto, pero se siguen dejando pastorear por los autores del desaguisado, esos cuya estructura cuesta más dinero del que pueden obtener por televisión.

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