Sobre la obsesión de Sáez por la solidez

Aquí estamos, en capilla, a la espera del día D. Portugal o nosotros, salvo milagrosa victoria de los rusos sobre Grecia. En la calle la gente se pregunta si jugarán Xabi Alonso, Valerón, Niño Torres... Si esta vez se colarán algunos violinistas entre los boinas verdes. (Joaquín es fijo por lesión de Etxeberria). Ya saben: la teoría es que primero los boinas verdes, para desgastar, y luego los violinistas. Pero hay truco porque resulta que los violinistas entran muy avanzada la segunda parte, con poquitos minutos. Vean, por ejemplo, al Niño Torres, al que Sáez anunciaba como la revelación de la Eurocopa y resulta que nos lo suelta con cuentagotas.

No le culpo demasiado. Lo suyo es una enfermedad profesional, un culto a la solidez que lleva a los entrenadores a preferir a jugadores de perfil más trabajador y duro antes que a los que ofrecen sobre todo talento e inspiración. Creen que así les van mejor las cosas. Les importa que el equipo tenga las líneas juntas, que su portero tenga poco trabajo y todo eso. No les importa tanto que el portero de enfrente tampoco tenga trabajo. Por ejemplo: Sáez estaba muy contento porque ante Grecia Casillas apenas tuvo que hacer nada. Bien. Pero es que el de enfrente, un canoso tentador, tampoco tuvo que tirarse al suelo. Pero eso no le agobió a Sáez.

Ese culto a la solidez no garantiza nada, pero no se enteran. Sigo en el España-Grecia: nos meten el gol por un pase exquisito de Tsiartas (a su vez suplente en Grecia hasta que fueron perdiendo) que recibe un saque de banda sin vigilancia y desarma con un toque a toda la defensa española. A su vez Grecia, con su entramado defensivo estudiadísimo, nos había facilitado el gol con un pase entre defensas que penalizó Raúl con su astucia. Los jugadores vivos, los ingeniosos, los precisos, los de talento, deciden los partidos sobre el campo. Sobre la pizarra, no. Pero es que sobre la pizarra todos los partidos acaban cero-cero.

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