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Venía el Barça alternando luces y sombras hasta que el fogonazo del domingo selló el rumbo: parece que viaja hacia algún lado brillante. Xavi nos recordó a los que dudábamos que tardó unos años en ser dominante como jugador; parece imitar este recorrido como entrenador. Queda un largo camino, noches de Europa League, mucho por mejorar y demostrar, por ganar, pero se va acercando el momento que los negacionistas temían.

Nos acordaremos de esta Supercopa como chispazo inaugural igual que recuerdo la final de Copa de Mestalla en 2009, mi hermano y yo en la grada, él cabizbajo, cuando le dije que ganaríamos seguro, íbamos perdiendo 1-0. El Barça ocupaba bien los espacios, movía la bola rápido, se imponía en los duelos. Ganó. Como ganó en Riad, dejándose a sí mismo el mensaje en la botella que deberá revisar cada cierto tiempo: no es lo mismo mover la bola lentamente como un limpiaparabrisas de coche viejo que tocar rápido, con intención dañina, con movimiento constante, dentro-fuera-dentro, con agresividad, con dolo. ¿Había muerto el juego de posición? No, respondieron los blaugranas. Solo que, como cualquier otro modelo, hay que hacerlo bien.

La riqueza táctica mostrada, que permitía el riesgo, la voluntad ganadora, los defensas solventes, los roles múltiples de Gavi, Frenkie, Balde, que cubrían varias posiciones, el extremo como recurso y no como sistema, el campo lleno de bajitos por dentro mareando sombras blancas, el movimiento generoso que abría hueco aunque no se recibiera el balón, el pase multiplicador, que llevaba el siguiente en su interior, retrotrajeron al culé a tiempos felices, que ahora vuelven a prometerse.

Parece que no será mañana, pero el Barça volverá a ganar la guerra al fútbol aguerrido, tacticista y científico a base de cultura cruyffista, dando una vuelta de tuerca más a este interminable juego que cambia cada diez años. Los milimoles de lactato no pueden ser rivales del mojo de Pedri. Todo vuelve: las canciones de rencor extremo y el Barça triunfante.