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Las lágrimas de McIlroy

No es la primera vez que la presión atenaza a Rory, el mayor talento que ha dado el golf mundial en los últimos tiempos después de Tiger Woods...

Rory McIlroy celebra su victoria a lágrima viva en el Augusta National Golf Club.
RICHARD HEATHCOTE | AFP
Juan Gutiérrez
Subdirector de polideportivo. Ha desarrollado toda su carrera en AS desde 1991. Cubrió dos Juegos Olímpicos, siete Mundiales de ciclismo y uno de esquí, 12 veces el Tour y la Vuelta, seis el Giro… En 2007 fue nombrado jefe de Más Deporte, puesto que ocupó hasta 2017, cuando ascendió a subdirector en las áreas de Motor, Baloncesto y Más Deporte.
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Un estudiante me preguntó la pasada semana: “¿Qué deporte te emociona más?”. Su demanda me llegó durante la visita a AS de un grupo de escolares que vivían la experiencia de 4º ESO+Empresa, un programa de la Comunidad de Madrid que acerca el sistema educativo al laboral. Por la sala rotamos varios periodistas, a modo de rueda de prensa, para responder a sus inquietudes. Instintivamente comencé a enumerar varios deportes, pero enseguida me retracté. “Bueno, más que deporte, yo destacaría eventos”, le dije. Y puse un ejemplo: “No sigo todos los torneos de golf del año, pero si hay un Masters de Augusta o un British Open, me vuelco”.

Este fin de semana coincidieron algunas de esas competiciones que, por tradición, son citas obligadas para los aficionados polideportivos. Tuvimos la París-Roubaix, que vivió la tercera victoria consecutiva de Mathieu van der Poel, solo Octave Lapize y Francesco Moser habían logrado antes ese encadenamiento, y el debut de Tadej Pogacar, que acabó segundo pese a sufrir una caída. También tuvimos el Masters 1.000 de Montecarlo, la prestigiosa tierra batida en la que Carlos Alcaraz inscribió por primera vez su nombre en el mismo palmarés donde Rafa Nadal figura once veces.

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Pero tuvimos, sobre todo, Augusta, con un resultado histórico: Rory McIlroy completó su colección de majors, el denominado Career Grand Slam. Solo otros cinco jugadores lo habían hecho antes. Habían pasado once años desde su última victoria en un grande, pero la espera mereció la pena. Y también los sobresaltos, al borde de la taquicardia, de la última ronda. El norirlandés, atenazado, combinó golpes geniales con pifias monumentales, en una montaña rusa de emociones que le obligó a jugar un desempate con Justin Rose, otro insigne. No es la primera vez que la presión puede con McIlroy, el mayor talento que ha dado el golf mundial en los últimos tiempos después de Tiger Woods. Sus lágrimas demuestran la relevancia de su conquista. El Masters no es un torneo más. Es un evento de leyenda.

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