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El volantazo del COI incendia los Juegos

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El deporte mundial camina sobre la cuerda floja. El funámbulo divisa a un lado del alambre al movimiento olímpico, en defensa de la independencia del deporte, y al otro a la política internacional, promovida por los gobiernos. El COI, presidido por Thomas Bach, quiere que los deportistas rusos y bielorrusos participen en los Juegos de París 2024. Con ciertas condiciones, eso sí: como atletas neutrales, sin bandera y sin himno, siempre que no hayan manifestado un apoyo expreso a la invasión de Ucrania. Un requisito, por cierto, nada nuevo para Rusia, que ya acudió a Pyeonchang 2018, Tokio 2020 y Pekín 2022 sin enseña, debido al veto por su dopaje de estado. Esta pretensión del Comité Olímpico contrasta con su actitud cuando estalló el conflicto hace un año, porque entonces instó a las Federaciones Internacionales a cerrar las puertas a Rusia y Bielorrusia. El momento del volantazo tampoco es casual: el 2023 es preolímpico, clave para los procesos de clasificación. O se pone ahora el semáforo en verde para los atletas o permanecerá en rojo para siempre. El argumento de Bach para abrirlo es simple: “Los deportistas no pueden ser castigados por lo que hacen sus gobiernos”.

Enfrente tiene precisamente a otros gobiernos, que quieren mantener el deporte entre las medidas de presión para frenar la guerra. Política pura. La UE se ha declarado en contra de la presencia rusa en París. Igual que una treintena de países, entre ellos España y el anfitrión Francia. Todos al auxilio de Volodimir Zelenski, el presidente ucranio, que ha llamado al boicot internacional. El asunto tiene compleja solución, porque las dos posiciones son coherentes. Cuestión de enfoque. Cuando ves a Andrey Rublev escribir en una cámara “paz, paz y paz”, es difícil no empatizar con él. ¿Qué culpa tiene de las decisiones de Vladimir Putin? Pero el deporte tampoco puede mirar hacia otro lado, aunque paguen justos por pecadores.