Un absoluto desastre

Daños colaterales. Estas humillaciones ante el eterno enemigo duelen. Y pasan factura más allá del resultado final. Tengo la sensación de que ni el cuerpo técnico (Ancelotti ha reconocido su culpa por el planteamiento) ni la plantilla habían entendido lo que había en juego esta noche. El colchón de puntos, lejos de ser un cinturón de seguridad, se convirtió en un acomodado resort en el que parecía que empatar o incluso perder no suponía nada dramático. Justo era al revés. Había que medirse a este reactivado Barça de Xavi como si fuese una final con el título en juego. Vencer era dejar en la lona a la tropa azulgrana (a 18 puntos), asegurar la conquista del título y ponerse a preparar el doble duelo con el Chelsea en la Champions. El Barça había llegado en la madrugada del viernes desde Estambul y el Madrid ha estado en el spa de Valdebebas desde el martes sin mayores preocupaciones. Eso ha sido perjudicial al final. Faltaba tensión ambiental. Hasta el Bernabéu estaba anestesiado. Creíamos que con la noche mágica del PSG todo lo demás llegaría solo. Error. En el Madrid los éxitos y los fracasos caducan como las stories de Instagram: en 24 horas. El equipo no contagió a la grada y el Barça salió con el cuchillo en la boca, hambriento de una gloria que se le resiste desde hace mucho tiempo. El fútbol castiga la indolencia emocional. No parecía un Madrid-Barça. Mirar por el retrovisor la mágica noche del PSG era un suicidio, porque los ingredientes de la ensalada eran totalmente distintos...

Y encima, de negro. Como ya lo critiqué con severidad en este diario hace unos días puedo volver a recordarlo. Jugar denegro un Clásico en el Bernabéu fue una tropelía marketiniana que sólo ha servido para perder identidad y para que esta apuesta cromática anticipase la triste noche que le iba a esperar a los ¿blancos? Uno no reconocía a su equipo. No olviden que el Barça no ganaba un Clásico desde hace tres años. Esos últimos Clásicos con sabor madridista (cinco triunfos y un empate) se registraron con el Madrid vistiendo de riguroso blanco. Y si encima juegas en el Bernabéu, más a más. Me da igual lo que haya pagado la marca patrocinadora. Ni por 100 millones de euros vendería yo la camiseta y el sagrado escudo del Real Madrid. Somos blancos en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras. Somos blancos por concepto, por tradición y por historia. El Barça teme a los blancos porque les hemos dado muchas noches de amargura y porque tenemos 13 Copas de Europa, algo que ellos no verán ni dentro de tres siglos. Por eso los hombres de Xavi disfrutaron del Clásico a lo grande. Enfrente solo había camisetas negras. No veían al Madrid por ninguna parte. Tampoco lo vieron los aficionados, que se dejaron un pastizal en llenar las gradas, que dejaron vacías con casi media hora por delante. No desertaron. Simplemente, en el césped vieron cómo su ejército había dimitido, con honrosas excepciones como las de Courtois, Modric y Valverde, además de Camavinga y Lucas en el tramo final del naufragio...

Hay que levantarse. Lo bueno del parón de selecciones es que ahora Ancelotti tendrá dos semanas para preparar el partido de Vigo ante el Celta (2 de abril). Eso sí que es una final. Ya no podremos jugar pensando en el Chelsea. Recuerdo lo que le pasó a Queiroz en 2004 (cinco derrotas seguidas al final de la Liga). El líder le debe una disculpa a la afición. La mejor y única manera, ganar el título con grandeza. Más nos vale.

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