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Europa atraviesa un desierto

Uno de los grandes sucesos internacionales del variopinto fin de semana deportivo fue la aplastante victoria de Estados Unidos sobre Europa en la Ryder Cup. La humillante derrota dejó lágrimas en los rostros de míticos jugadores como Rory McIlroy e Ian Poulter, además de unas ganas enormes de revancha para el próximo duelo en Roma 2023, aunque quizá para entonces algunos de ellos ya se habrán apartado del camino de la Ryder, como se plantean Lee Westwood, Paul Casey y el propio Poulter. El desquite es la reacción natural de un deportista ante una afrenta de este calibre, un 19-9 que supone la mayor ventaja desde que esta competición comenzó a disputarse en 1979 con el actual formato que incluye jugadores continentales. Ya saben: el legado de Severiano Ballesteros.

El problema es que, siendo realistas, mucho tendría que variar el panorama para que Europa pudiera voltear el resultado. Se mire donde se mire, los datos de presente y la proyección de futuro sonríen a Estados Unidos. El equipo americano llegó a la cita de Wisconsin con ocho jugadores entre los diez primeros del escalafón mundial, donde sólo figura un europeo, aunque al frente del ranking: Jon Rahm. Para encontrar a los siguientes hay que irse a los puestos 14 y 15, Viktor Hovland y McIlroy, pero por medio se cuelan otros dos estadounidenses. Un equipazo con jóvenes valores como Collin Morikawa, de 24 años. USA presentaba a ocho golfistas por debajo de la treintena, a una media de edad de 28,9; mientras que en Europa sólo había cuatro, para promediar 34,5. Esa veteranía y esa experiencia, unidas al liderazgo de Rahm, era la baza visitante, pero no funcionó. Sólo Sergio García, que logró tres puntos de cuatro, todos con Rahmbo, mantuvo el tipo de una vieja guardia que venía de ganar cuatro de los cinco duelos anteriores. La tendencia ha cambiado. Y apunta a un nuevo ciclo.