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Un rato Hyde, un rato Jekyll

El Madrid manifiesta desde hace años un síndrome que se explica desde el lado psicológico, pero que se entiende menos desde la vertiente futbolística. Está preso de la bipolaridad. Le cuesta reunir todas las piezas y ofrecer una versión impecable de su juego. Le cuesta mucho menos ganar partidos donde sus imperfecciones son tan evidentes como las cualidades que muestra cuando las necesita. Venció en San Siro al Inter en una actuación imperfecta, pero por su propia naturaleza resultaba difícil que perdiera.

Se impuso después de conceder varias oportunidades al Inter, requerir de un autoritario Courtois, sostenerse con muchas dificultades en el primer tiempo y conseguir algo parecido al control del encuentro en la segunda parte. Flaqueó su sistema defensivo y el rendimiento de los centrocampistas fue discreto.

Casemiro y Modric, dos garantías en un campo, sufrieron el vigoroso plan que ejecutó el equipo italiano. Hasta el descanso corrieron mucho y bien. Después corrieron peor. Simone Inzaghi comprendió lo que sucedía y en el minuto 50 cambió a sus dos carrileros, Darmian y Perisic, fundamentales en el esquema táctico del Inter. Estaban reventados y se ubicaban cada vez más cerca de su área. El Madrid comenzó a adueñarse del juego, sin excesos, pero cada vez con menos problemas.

En cierto modo, la doble vertiente del Madrid recordó a la del partido con el Celta, que recordó a decenas de actuaciones anteriores del equipo. No importa el entrenador que lo dirija. En la anterior etapa de Ancelotti, con Benítez, en el breve periodo de Lopetegui, en las dos etapas de Zidane y ahora de nuevo, le cuesta realizar un partido completo. Frente al Celta, su juego de ataque fue brillante, pero su defensa pasó un calvario. Contra el Inter, no funcionó el sistema defensivo y el ataque no enamoró, pero encontró la manera de castigar al equipo italiano. Esta vez los jóvenes se encargaron de rematar la faena.

El Madrid lleva años pendiente de la evolución de gente como Vinicius, Rodrygo, Odegaard, Ceballos o Asensio. Unos siguen y otros, no. Ninguno ha terminado de emerger como indiscutible. Casi todos han destellado en algún momento, pero sin acreditar las expectativas durante una temporada entera. Aunque el despegue de Vinicius en el comienzo de la temporada es más que reseñable, le queda un año por delante para confirmarlo. Rodrygo es un caso similar. En cuanto a Camavinga, ha jugado dos ratos en dos partidos. En los dos ha tenido impacto.

En un equipo donde sus mejores futbolistas están por encima de la treintena, la aportación de los jóvenes no sólo es necesaria: o es rápida o el Madrid sufrirá las consecuencias durante la temporada. No se puede estirar hasta el infinito a Modric, Kroos, Casemiro y Benzema. De Hazard y Bale se esperan respuestas cortas, contundentes quizá, pero de recorrido limitado. Bale vuelve a lesionarse. Hazard no jugó un minuto en el partido contra el Inter, el típico que está marcado en rojo para las estrellas de cualquier equipo.

Con todos sus defectos, el Madrid encuentra las rendijas de luz que le permiten ganar los numerosos partidos que se le complican. O que el Madrid se complica. Derrotó al Celta con una actuación imperial de Modric, Benzema y Vinicius. Nadie deslumbró en Milán, pero Rodrygo, Camavinga y Vinicius sobresalieron cuando se les necesitaba. La maravillosa conexión Camavinga-Rodrygo, uno en el pase y el otro en un remate exquisito, sirvió para ganar un encuentro que deja al Madrid de Ancelotti donde estaba: contento y preguntándose por qué no abandona su vena bipolar.