Carlos Soler se gradúa con nota

La selección respondió con una victoria al primer peldaño de la escalera que ha construido en la fase de clasificación del Mundial. La derrota con Suecia obliga a España a un complicado ejercicio, donde se mezclarán muchos ingredientes. Al desafío que supone ganar el resto de los encuentros para clasificarse, y quizá ni eso si los suecos sólo pierden puntos en el partido de vuelta, hay que añadir la serenidad para gestionar la angustia que inevitablemente aparecerá en los momentos más exigentes, cuando el gol no llegue, se produzcan errores y emerja el horror al vacío.

Derrotó a Georgia en una noche que apenas dejará algo en el recuerdo, excepto la progresión de Carlos Soler, que ha cambiado su papel en tres meses. Fue suplente en la mayoría de los partidos en los Juegos Olímpicos, pero cada vez que ingresó en el campo mejoró las prestaciones del equipo. Se hizo notar. Cambió el paso a la selección y a los rivales, sorprendidos por su dinamismo, verticalidad y timing para llegar al área.

Soler destacó desde su llegada al Valencia, en tiempos de dificultad y revuelta en el club. Antes de que el empresario Lim adquiriera la sociedad, el equipo ya estaba enredado en graves dificultades. Soler apareció joven, decidido y reconvertido. Delantero en su etapa más juvenil, se retrasó al medio campo, donde no siempre hubo acuerdo sobre su posición: interior o medio centro.

Todo indica que es un interior mixto, un ocho con fuertes obligaciones defensivas, con recorrido para alcanzar el área contraria y criterio para mover la pelota. En otros tiempos, al ocho se le consideraba un subsidiario del medio centro o del 10, una especie de aguador al que se le pedía más volumen de trabajo que otra cosa. En el fútbol actual, donde prevalece el dinamismo, es una posición crítica, respetadísima. Modric la ha explicado mejor que nadie en los últimos años.

Es posible que a Soler le hayan penalizado las turbulencias de su club. No resulta fácil sobresalir internacionalmente en un ambiente de enfrentamiento y desánimo. En su caso, la respuesta ha sido intachable. Junto a Gayá, un jugador admirable en todos los aspectos, Carlos Soler se ha resistido al negativismo general, cualidad importantísima en la turbulenta temporada anterior.

Se salvó el Valencia del drama del descenso, al que estuvo abocado más tiempo de lo imaginable, y buena parte del respiro se debió a Soler. Como tantas veces ocurre en el fútbol, en los momentos de especial gravedad son los jugadores de la cantera los que velan por todo, por el equipo, por el club y por los aficionados.

No debería de sorprender su presencia en la selección. Algo en su juego remite al despliegue que caracterizaba a Luis Enrique en sus días de jugador, al menos por recorrido, insistencia y deseo de tomar el área rival. El seleccionador tenía alma de delantero y pedía que le dieran oportunidades con el nueve. Soler es definitivamente un centrocampista, uno al que será muy difícil perderle de vista en la selección española.

Fuera del interés que despierte el novedoso Soler, la selección sólo dejó una noticia: la victoria. De eso se trataba tres días después de la decepción de Estocolmo. No jugó bien, pero se desempeñó con entereza en un momento de defensas bajas en el ánimo. No tropezó en el primer peldaño de la escalera. Será larga y agotadora.