El atletismo, en la encrucijada

El etíope Selemon Barega venció en los 10.000 metros, la primera final en el estadio olímpico de Tokio, donde esta vez se celebró la ceremonia de apertura de los Juegos. Se reivindica, por tanto, el atletismo como el núcleo central de la segunda semana, como le corresponde por tradición. En Río 2016 perdió poder simbólico. La inauguración se escenificó en Maracaná, un campo de fútbol. Las jornadas de atletismo se disputaron en un estadio con pista, pero con marcado acento futbolero. Recibió el nombre de Joao Havelange, corrupto presidente de la FIFA durante tres décadas. El Botafogo se trasladó allí y su hinchada prefirió otro nombre, señal de buen gusto en el pueblo llano. Eligieron la figura de Nilton Santon, mito del club y del fútbol brasileño, para renombrar el campo.

Tampoco la llama olímpica presidió las competiciones atléticas. La trasladaron de Maracaná a una vía pública, cercana a la bahía. Aunque el fútbol es más que un deporte en Brasil, el Comité Olímpico Internacional siempre ha sido un celoso guardian de sus símbolos. En 1896, los JJ OO comenzaron a celebrarse con el atletismo como su eje central. Sólo en los últimos tiempos ha ofrecido señales de debilidad. Es menos influyente. Ha perdido audiencia y no interesa demasiado a las televisiones.

En 2013, la empresa valenciana Cárnicas Serrano patrocinó las transmisiones de los Campeonatos Mundiales de atletismo que se celebraron en Moscú. Sin el acuerdo de ultimísima hora, no se habrían emitido. Nada que ver con épocas precedentes. Las primeras ediciones de los Mundiales -Helsinki 83, Roma 87 y Tokio 91- fueron acontecimientos de primer rango deportivo y televisivo. Con algunas excepciones, las siguientes perdieron gancho o dependieron de un pequeño puñado de atletas, con Usain Bolt como casi única garantía de interés, no para los seguidores, sino para el grueso de los aficionados al deporte.

La pésima gestión de su máximo organismo dirigente (IAAF) -ahora denominado World Athletics-, los escándalos de dopaje, la difícil adecuación de las largas jornadas de competición a los horarios televisivos, donde mandan la audiencia y los ingresos por publicidad, la potencia caníbal del fútbol y el déficit de atención mediática han dañado gravemente la posición del atletismo en el mapa global del deporte.

Es paradójico que esta regresión se produzca en una época donde el ejercicio físico ha cobrado más importancia que nunca. Las calles se llenan de gente corriendo y las competiciones populares tienen más éxito que nunca. En la misma proporción crece el consumo de prendas y zapatillas deportivas. Se debilita, por el contrario, el vínculo entre el aficionado al deporte y el atletismo como reclamo de audiencia.

En los Mundiales de fútbol de 1974, celebrados en Alemania, todos los estadios incluían un anillo de atletismo, excepto el Westfalen de Dortmund. En 2006, Alemania los organizó de nuevo. De los doce campos, sólo había tres con pista: Berlín, Stuttgart y Nuremberg. En Stuttgart se ha remodelado el Neckarstadion, escenario de los Mundiales de atletismo de 1993, los del apogeo del dopaje chino, y se ha retirado la pista. Algo parecido ocurre en España y en el resto de Europa.

Por desgracia, en Tokio las competiciones se disputarán sin público en un recinto que ha costado 1.000 millones de euros, justo cuando más se necesitaba la masiva presencia de espectadores. Se avecinan, en cualquier caso, nueve días apasionantes. Las primeras grandes consecuencias ya se conocen: Barega ganó los 10.000 metros y los kenianos fueron irrelevantes.