Más descaro que medallas
Hay varias fórmulas para calibrar la actuación de un país en unos campeonatos en comparación con el certamen anterior. La más recurrente y objetiva es con el número de medallas. España ha sumado cinco en los Europeos de pista cubierta de Torun, con un oro, mientras que en Glasgow 2019 subió seis veces al podio, con tres títulos. Según este primer sondeo, la Selección ha retrocedido respecto a su rendimiento de hace dos años. Si sumamos el cómputo de finalistas, la cosa se queda más o menos igual, porque siete hubo en Escocia, con tres cuartos puestos, y siete ha habido en Polonia, con cuatro cuartos. Otro prisma para el análisis es indagar en los nombres. Todos los medallistas de esta edición, los cinco, son repetidores en estas lides. Cuatro ya se subieron al cajón en 2019: mientras que Óscar Husillos ha cambiado la plata por un oro, Jorge Ureña y Ana Peleteiro han hecho el viaje contrario, y Jesús Gómez se ha mantenido en el bronce. Otro de ellos, Adel Mechaal, ahora bronce, fue campeón en 2017. No hay tampoco una evolución en este sentido. Hasta aquí escribo de datos fríos.
Que los cinco medallistas sean repetidores dice algo a su favor: son fiables y competitivos. Y otra en contra del equipo: los podios no se refrescan. Esta última conclusión hay que matizarla, porque durante el evento sí se ha visto proyección, aunque no se tradujera en medallas. También destaca una forma diferente de competir. Sin complejos. La valentía y el descaro son rasgos difícilmente criticables en un atleta, así que no lo haré, pero parece obvio que España ha perdido la posibilidad de dos medallas más, con Mariano García y con Esther Guerrero, por exceso de ambas actitudes. ¿Eso es bueno o malo? Pues las dos cosas. El arrojo conduce al éxito, pero la precipitación te lleva al pozo. Hay que moldear. En cualquier caso, el atleta español siente ahora pasión por competir. Y eso no siempre sale en la estadística.