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La cara cruel del K2

El K2 enseñó ayer las dos vertientes que suelen proyectarlo a la primera plana. Mostró, por un lado, la cara del éxito, del desafío humano, de la aventura, de la superación personal. Mostró a diez montañeros avanzar hacia a su cima, a 8.611 metros, al canto de su himno de Nepal, para romper la última barrera de los ochomiles, la de escalar en invierno la segunda montaña más alta del planeta, después del Everest, y también la segunda en fatalidades, por detrás del Annapurna. Al frente estaba el carismático y polémico Nirmal Purja para escribir una página épica del himalayismo junto a nueve compatriotas. Nunca una gesta tan gigantesca se celebró tan poco. Una hora antes, más de 2.500 metros de desnivel más abajo, el coloso se había cobrado otra vida, una más, la de Sergi Mingote. Y van 86.

El experto deportista español de 49 años sufrió una tremenda caída en pleno descenso de la que no pudo recuperarse. Es la otra cara de la 'montaña salvaje', una de las más difíciles de escalar. La cara más cruel. Mingote ya la había hollado en 2018, en verano, y entonces también vivió una odisea durante la bajada, treinta horas de calvario sin apenas visibilidad. Seven Summit Treks le ofreció esta temporada la posibilidad de regresar para atacar su cima, pero en invierno, lo que Mingote calificaba como "el último gran reto del alpinismo". A pesar del duro precedente, el catalán aceptó el desafío, quería hacer historia en su deporte, pero quería hacerla con el sello de autenticidad de subir sin oxígeno artificial. "Me gustaría hacer las paces y reencontrarme con una montaña con la tengo una relación de amor y odio", dijo antes de iniciar la expedición. Pero el K2 no aceptó la reconciliación. Por qué un montañero vuelve al escenario del sufrimiento es algo que sólo aquel que ha experimentado ese "amor" puede explicarlo. Descanse en paz, Sergi Mingote. En honor a todos los soñadores.