Una vacuna para la esperanza
La imagen de Margaret Keenan, una británica de 90 años, tras convertirse en la primera persona que ha recibido la vacuna de Pfizer en el Reino Unido, abrió ayer todos los telediarios. Desde hace fechas, aunque con menos bombo, Rusia ha avanzado también con la Sputnik V. Por encima de la incertidumbre creada sobre si el remedio contra la COVID-19 está lo suficientemente ensayado o sobre el grado de conocimiento de sus efectos secundarios, o incluso sobre el debate si estratégicamente es mejor aplicársela a los más vulnerables o a los más fuertes, la irrupción de las vacunas contra el coronavirus ha enviado un mensaje de esperanza a la sociedad mundial, para salvaguardar la salud y para reactivar la economía. El deporte, como parte de esa sociedad, participa del mismo optimismo.
Irene Lozano, la voz del Gobierno en el deporte español, viró su discurso hace unas semanas sobre la presencia de público en estadios y en canchas. La palabra esperanza, vinculada a la vacuna, proyecta una posible solución para la primavera, cuando las temporadas de fútbol y baloncesto se acerquen a sus resoluciones. Estos días atrás, tanto LaLiga como la ACB presentaron planes para un regreso paulatino, con 3.000 y 500 espectadores, respectivamente, a partir de enero. Entre otros razonamientos, no entienden que en teatros o en conciertos sí pueda haberlo, y no en eventos deportivos. La diferencia esgrimida, incluso desde el CSD, es que preocupa más la relación de esos aficionados fuera de los recintos, que su propia asistencia a la grada. Tampoco es lo mismo un partido de fútbol que de basket, pero igual que la ACB se aprovechó de las ventajas de ser una competición profesional cuando comenzó la desescalada, ahora paga los inconvenientes de ser medido por el mismo rasero. Lozano, de momento, no varía el argumento. Habrá público este curso, sí, pero cuando las vacunas lo permitan.