Todo el balonmano español de repente se siente huérfano
Pocas muertes dejan tantos huérfanos, porque en el caso de Juan de Dios Román, un docente por encima de todo, no hay estamento directo o indirecto con su deporte en el que no influyese. Le llorarán los jugadores que le tuvieron como entrenador, los técnicos a los que formó, los directivos a los que agitó, y los árbitros a los que obligó a mejorar y a formarse. E indirectamente los periodistas a los que trató, porque Juan era un recurso para todos, por sus conocimientos del pasado, y por su puesta al día del presente. Él olía la noticia, y era fuente de confirmaciones por encima de las filtraciones porque prefería la discreción.
Desde que supe que su situación era irreversible, que su adiós era inminente, no he podido dejar de pensar en nuestra relación, porque le conocía desde siempre, desde la distancia primero y desde la cercanía después. De una memoria casi fotográfica, era capaz de recodar cómo descubrió a Talant Dujsebaev, de cómo formó aquel Atlético de Madrid con Cecilio, con Juanón, con Uría, de los alumnos que pasaron por sus clases, De sus desencuentros, de la Selección, de su ilusión cuando volvió a la Liga con el Ciudad Real, de sus sudores fríos pata sacar adelante el Mundial de España cuando la crisis lo ponía en duda. De todo guardaba documentos y tenía pensadas más publicaciones porque al cáncer pensaba ganarle. No lo pudimos celebrar.
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