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Ciclismo inseguro

El ciclismo se ha esmerado en estos meses en tapar el enorme agujero que podía hacerle naufragar en la temporada 2020, pero tanto empeño ha puesto en solucionar y prevenir esa avería, que no se ha percatado de que la barca comienza a hacer aguas por otro sitio, por una vieja fuga que nunca ha estado del todo arreglada. Mientras que los protocolos contra el coronavirus que han permitido reflotar al pelotón en las últimas tres semanas se cumplen sin grandes sobresaltos, los accidentes graves de los ciclistas se suceden en las carreras, algunos por culpa de carencias extremas en la seguridad de las organizaciones. Las caídas forman parte del ciclismo, un deporte de alto riesgo, eso es obvio, pero hay percances que se pueden evitar o suavizar. Agosto reúne una buena colección.

La maniobra irregular de Groenewegen a Jakobsen destapó en Polonia el peligro de un esprint en descenso y de unas vallas mal fijadas. La caída de Evenepoel por un puente en Lombardía generó un debate sobre la rapidez de su rescate. El coche que se coló en el recorrido de la clásica para tumbar y lesionar a Schachmann reveló una profunda laguna organizativa. El descenso que mandó a casa a Kruijswijk y Buchmann en el Dauphiné provocó una protesta del pelotón en la última etapa. Las voces críticas se acumulan, unas veces con más razón que otras. Hemos escuchado a Patrick Lefevere y Richard Plugge desde el seno de sus equipos. A Gianni Bugno, en defensa del colectivo ciclista desde la CPA. Y a la propia UCI, con comunicados de advertencia. Cada uno le pasa la patata caliente al otro, un clásico en la historia de este deporte. La solución, realmente, es buscar el mismo consenso de los diferentes actores en cuestiones de seguridad, que el alcanzado para luchar contra la pandemia y salvar la economía ciclista. Aquí también hay vidas en juego. Un viejo desperfecto sin reparar.