ALFREDO RELAÑO

Rosell, Évole, Roures y Florentino

Desde luego, pienso comprar el libro de Rosell en cuanto salga. Tanto por el interés por su contenido como por el buen fin al que entregará sus ingresos.

Desde luego, pienso comprar el libro de Rosell en cuanto salga. Tanto por el interés por su contenido como por el buen fin al que entregará sus ingresos o por el trato, discreto pero cordial, que en su tiempo tuvimos. Trato que se cortó justo cuando llegó a presidente del Barça, pero siempre entendí que su intención era evitar contactos con el AS y no con mi persona. Ya salido de la cárcel intercambiamos un saludo tan rápido como cordial en la última gala de Mundo Deportivo. Y desde luego me parece aberrante su peripecia judicial: dos años en prisión preventiva para luego salir absuelto en los inicios del juicio. Una novela de Kafka.

Por todo ello me bebí la entrevista con Jordi Évole, al que admiro a fondo. Hace uso de una vieja máxima del periodismo, a la que yo siempre intenté ceñirme: ojo de lince, paso de buey, diente de lobo y hacerse el bobo. Esta vez, sin embargo, le faltó el diente de lobo. Quizá sea que el propio diseño del programa me dejó cierto tufo de colegueo, pero es un hecho que cuando comentó sus páginas más oscuras no insistió ni repreguntó como suele. Con todo, fue una interesante entrevista en la que brilló la visión de Rosell del independentismo, un 'ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio'. Un enigma que ayuda a entender el enigma.

Pero le vi errático de culpas: permitir que la cadena independentista pasara por el Camp Nou; o quizá Roures, por no venderle los derechos del Barça; o el Madrid por quitarle a Neymar. Roures tiene más marchamo de independentista que Rosell, difícilmente podría mover la rueda de la justicia española si la primera tesis fuera plausible. En cuanto a Florentino, no es Santa Teresa de Calcuta, pero ni yo le veo capaz de algo así. Parece más fácil pensar que la jueza Lamela tomó por la tremenda unos hechos que el juez Hurtado luego no vio para tanto. Rosell siempre se movió entre líneas borrosas. Ahí eché en falta el colmillo de Évole.