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Confinados en grupo

El decreto del estado de alarma envió a casa a los deportistas, igual que al resto de ciudadanos. Todos ellos con escasas o nulas posibilidades de entrenarse, en un momento en el que los Juegos Olímpicos todavía asomaban en un horizonte de cuatro meses. Dos federaciones, sin embargo, tiraron de picaresca o imaginación para sortear la situación. Los internacionales de tiro con arco adelantaron un viaje a Turquía, donde iban a competir en una Copa del Mundo, para poder entrenarse lejos de las restricciones españolas. Y los de vela, salvo un par de excepciones, se confinaron en grupo en el CEAR de Santander, en un comportamiento discordante con el resto de olímpicos, que se habían visto obligados a abandonar los centros de alto rendimiento. El posterior aplazamiento de Tokio 2020 devolvió a los arqueros a España, en un viaje de regreso con ciertas complicaciones, porque las fronteras son cada vez más difíciles de traspasar. Mientras, los regatistas continúan confinados en la instalación cántabra, sin que ya exista ningún objetivo deportivo que explique esa presencia.

Los Juegos abrieron un debate por la imposibilidad de una preparación adecuada. Carolina Marín propuso una reclusión vigilada en el CAR de Madrid. Mireia Belmonte pidió lo mismo en natación. Unas ideas que fueron descartadas por el CSD para dar prioridad total a la lucha contra el virus. Esos planteamientos contrastaban con un grupo que, aunque no podía navegar, sí gozaba de otros privilegios. La foto de los olímpicos hacinados en un gimnasio, publicada en los medios, chirriaba con la situación del país. Por eso sorprende que haya estallado la polémica tres semanas después. La Federación aduce motivos sanitarios. Si bien esa conveniencia inicial genera dudas, una vez pasado el tiempo ya es lo único que justifica el encierro grupal. Quizá sea ahora cuando ya no tenga sentido salir de allí.