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Bienvenido, Mr. Míster

La vida consiste en esperar: a que algo empiece, a que algo termine. En el fútbol los aficionados normalmente esperamos lo segundo. En concreto, nos pasamos las temporadas esperando a que termine un entrenador y venga el siguiente, por hartazgo o por impaciencia. La conjunción astral entre entrenador y equipo es algo que sucede de forma excepcional. Piensa en tu equipo y en cuántos entrenadores memorables ocuparon su banquillo. Se cuentan con los dedos de las manos los que están elevados en la memoria colectiva de un determinado club, los que marcaron una época y recibieron honores de Estado tras su salida. Entrenadores que lograron el perfecto acoplamiento como el Real Madrid de Vicente del Bosque, el Barça de Guardiola, el Atlético de Simeone, el Leganés de Garitano, el Eibar de Mendilibar, el Getafe de Bordalás, el Celta de Berizzo, el Valencia de Rafa Benítez, el Sporting de Preciado.

Los entrenadores poseen ese don de un familiar cercano de sacar lo peor y lo mejor de nosotros mismos. Nos hacen perder la fe por completo pero también recobrarla. Un ejemplo cercano es el del Deportivo y Fernando Vázquez. El entrenador gallego ha vuelto a una A Coruña engalanada con carteles de 'Bienvenido Mr. Míster'. Y ha vuelto con dinero suelto en los bolsillos para poder invitar al optimismo (no es fácil cuando eres colista de Segunda); en su primer partido este fin de semana ha sumado los tres puntos frente al Numancia.

Fernando Vázquez.
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Fernando Vázquez.Jesus Sancho RodríguezDIARIO AS

Un buen entrenador puede serlo por varias razones: el que potencia las virtudes de sus jugadores o esconde sus defectos, el que saca el máximo rendimiento de los recursos de los que dispone, el que revoluciona tácticamente como en su momento hizo Herbert Chapman, el que entusiasma con un juego colorido y eficaz. Pero también es buen entrenador el que con su simple presencia provoca un cambio de actitud, de los jugadores, de la grada, de ambos. Llegar, llamar al timbre, asomarse por la puerta y remover a miles de personas. Qué privilegio, pero también qué responsabilidad.