Una huelga y mil culpables

Hablar en estos momentos con franqueza de mujeres, sindicatos, del papel del Gobierno y de la oposición, de la Liga, la Federación, Mediapro y de una huelga indefinida es demasiado delicado como para no salir trasquilado cuatro párrafos después. Aun así, es el momento idóneo para resumir qué le pasa al fútbol femenino. Haber acudido a cubrir la mayoría de las 21 reuniones fallidas que se han celebrado para alcanzar un acuerdo por el convenio me permite opinar con información. Por si no lo ven en los telediarios este sábado o no se cruzan con ninguna pancarta reivindicativa por La Rambla o Sol, hoy se inicia un parón histórico en la Primera Iberdrola. Un acto tan legal como llamativo que resalta el coraje de las futbolistas por alcanzar unos derechos que no tienen y que sonroja a los que han creado una situación en la que siempre faltó paciencia y concordia, y en la que ha sobrado orgullo y guerras personales. Los éxitos deportivos de nuestros clubes y de la Selección han confundido a más de uno, generándose con prisas una burbuja sin negocio que a las primeras de cambio, y sin que nadie se responsabilice públicamente de algunos errores, ha explotado. Se nos ha llenado la boca con elogios a Jenni Hermoso y compañía, pero pocos las han escuchado con atención.

Llenar el Wanda o San Mamés e incluso absorber un equipo por aclamación popular está muy bien. Lo aplaudo. Pero estos buenos gestos quedan reservados para las más cutres dependencias de la galería si no se refuerzan con gestión y fe, como sólo ha sido capaz de hacer algún patrocinador y la televisión que ofreció su dinero y un escaparate desde el inicio. O si se sigue entendiendo este deporte, como hay algunos que lo hacen, como un lugar ideal donde arañar votos para controlar las asambleas. Hoy, después de semanas haciéndolo, no es momento de hablar de salarios mínimos, de porcentajes de parcialidad de la jornada laboral y de otros tecnicismos por los que se lucha. Maridan mejor los ejemplos que más escuecen: hay jugadoras disfrazadas de profesionales que cobran 450 euros mientras retransmiten sus paradas y regates, y hay clubes poderosos con secciones masculinas que han puesto palos en la rueda para firmar de una vez un acuerdo digno. Parece que esta semana España ha contribuido a solucionar la situación del fútbol femenino en Arabia Saudí como una prioridad, mientras aquí en el nuestro llevamos 14 meses dando el cante al mundo entero.

Haber vivido de cerca las negociaciones por el convenio ha sido uno de los ejercicios más desesperantes que recuerdo. Y he entrevistado a Ali Syed... Hubo reuniones con miembros de la mesa negociadora incompleta, cumbres donde sólo importaba la foto, citas interminables donde se repetía lo sabido porque alguno iba sin estudiarse el caso, encuentros con gritos e insultos, careos improductivos en LaLiga, malas formas en el SIMA, mediaciones en el CSD sin la mediadora, encerronas en Las Rozas, prisas del Gobierno porque las elecciones se acercaban, intentos infructuosos con más palmeras de chocolate en la mesa que ideas conciliadoras. Un despropósito tras otro, ya que ni una vez se han sentado juntos cara a cara todos, absolutamente todos los que pueden desbloquear esto: clubes, sindicatos, CSD, RFEF y Mediapro. Hubo tanta frustración acumulada que, medio en broma medio en serio, llegué a pensar que corríamos el peligro de que el único gran partido político que no se ha reunido con los sindicatos para preocuparse por lo que pasa, acabara con el problema con la ridícula solución de matar moscas a cañonazos. Es decir, tocando poder y, con tal de regresar al pasado sin respetar los avances, prohibiendo por decreto el fútbol femenino.

Y esto es lo único que tengo claro. Nadie lo conseguirá. Lo de hoy, siendo un día triste en mitad de un fútbol español totalmente judicializado, no es negro. Cada uno de los protagonistas de esta ecuación ha ayudado muchísimo al fútbol femenino para catapultarlo, pero las jugadoras han sido las únicas que en los momentos más críticos se han mantenido unidas de forma mayoritaria. Mediapro y la RFEF han empantanado la situación con sus cuitas (y razones) por los derechos televisivos y los diversos asuntos que les enfrentan en los tribunales. La Asociación de Clubes, que tan bien ha consolidado este deporte y lo ha mimado, a veces se ha mostrado como una marioneta en manos de directivos, abogados e interesados que no aparecían en escena pero que subían o bajaban el pulgar en directo. El Gobierno, estresado por las urnas, propuso soluciones con el hipotético dinero de terceros. El pasotismo insolidario de los profesionales de Primera es casi mejor ni mencionarlo. Y los sindicatos han hecho lo que no debían: dar a veces bandazos y trabajar siempre desunidos. Fueron intransigentes y valientes por responder al dictado de las futbolistas, pero al final tragaron con una oferta a la baja que no iba a ningún lado, flaqueando en el momento inadecuado y quitando fuerza a la lucha. Es triste que este fin de semana no haya previstas movilizaciones, que no tengamos una imagen que avergüence a muchos y que conciencie a todos, como aquella imponente que dibujó AFE hace nada, y en definitiva, que no se arrope estos días a quienes denuncian mucho frío por falta de derechos y ausencia de justicia

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