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La felicidad está en la previa

Falta una expresión que dé nombre a la morriña futbolística que sentimos durante el parón de selecciones. El otro día propuse en la Cadena SER el término Melancoliga para definir ese estado transitorio de desasosiego. En las últimas dos semanas yo he chapoteado en la melancoliga hasta terminar apoyada en el alféizar de mi ventana imaginándome goles de Iago Aspas.

Un estudio de la Universidad de Sussex llegó a la conclusión de que el fútbol nos hace, más que melancólicos, infelices. Para llevarlo a cabo hablaron con 32.000 personas. La derrota de su equipo, decía este estudio, dejaba a esas personas un 7,8% más tristes, mientras que una victoria apenas les elevaba el ánimo un 3,2%. Habría que ver qué porcentaje de ánimo eleva un partido de la fase de clasificación para la Eurocopa del grupo F, entiendo que poco.

El estudio también llegaba a la conclusión de que lo que de verdad nos gusta a los hinchas no es el partido en sí, sino anticipar el espectáculo. Y ahí estoy completamente de acuerdo. A mí lo que me hace realmente feliz es la expectativa del partido. La previa la empiezo a mascar unas dos horas antes, el momento en el que los exteriores de los estadios están más bonitos, con la gente aproximándose como un enjambre. Por eso no entiendo a la gente que llega sistemáticamente tarde a los partidos. Es como perderse los anuncios previos a la película en el cine. Por eso no entiendo los estadios que no tienen bares cerca. Esos estadios desangelados, estadios-museos, en los que la única alternativa de ocio es hacerte de otro equipo.

Si hay un parón en la Liga llegas al siguiente partido más optimista, incluso capaz de tolerar más cosas. “Bueno, han tenido dos semanas de descanso, se notará sobre el campo”, piensas. Ahí es donde hay que recrearse, en la ingenuidad previa. Como cuando en Toma el dinero y corre Virgil Starkwell tiene el plan infalible de atracar un banco avisando al trabajador a través de una nota, pero el escrito tiene una caligrafía tan mala que nadie la entiende. Pues eso, ya habrá tiempo de que nos vuelvan a hacer un poco infelices.