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Marc Márquez asume el riesgo

Marc Márquez es un piloto especial. Todos los grandes campeones lo son, tienen que serlo. Esta semana vuelve a dar muestras de ello. Para empezar, ya resulta excepcional presentarse en el Gran Premio de Tailandia con la primera de sus cinco bolas de título, cuando aún restan otras cuatro carreras por disputarse, la última de ellas en Valencia, allá por el 17 de noviembre. Su temporada lleva un camino magistral. Al ilerdense le basta con sumar dos puntos más que Andrea Dovizioso para conquistar su sexta corona mundial en MotoGP, que sería la octava en todas las categorías. Sus deslumbrantes números le sitúan tres años por delante de un mito en activo como Valentino Rossi, un dato que confirma su dimensión como deportista de leyenda.

Márquez brilla porque reúne unas cualidades innatas para el pilotaje, pero también porque ha sabido pulirlas con experiencia. Tiene una buena moto, aunque no la más rápida, ni seguramente la mejor, como demuestra que otro campeón como Jorge Lorenzo no haya sabido domarla. El catalán ha sacado oro de su Honda, a lo que añade su buena gestión en las carreras, cada vez más inteligente.

También asume el riesgo con naturalidad, sobre todo en los libres, que utiliza para calibrar los circuitos. Por eso encaja las caídas como un gaje del oficio, y tiene interiorizado que puede rodar por los suelos hasta “una veintena de veces por temporada”. En la actual campaña ya lleva diez. Este viernes sufrió la última, quizá la más dolorosa, y no sólo por el duro golpe que se pegó, un buen susto, sino porque no sucedió por arriesgar, sino por un exceso de confianza. El accidente parecía inicialmente preocupante, pero como Márquez es especial, un gran campeón, regresó a la pista después de visitar al hospital. Y hasta se enfadó con los médicos.