Otra paradoja del dopaje

Los Mundiales de Doha desayunaron con una bomba sobre la mesa, con la noticia de la inhabilitación por cuatro años de Alberto Salazar, uno de los entrenadores más laureados del planeta. La USADA de Travis Tygart, ya famosa por su sanción a Lance Armstrong, sube así otro peldaño en la lucha contra el dopaje, aunque es cuestionable el oportunismo de anunciar la suspensión durante el evento atlético más importante de la temporada, a no ser que buscara precisamente esa publicidad de su investigación. El anuncio recordó bastante a aquella época en la que la UCI estaba enfrentada al Tour de Francia y esperaba a la víspera o al inicio de la carrera para comunicar positivos.

El castigo tuvo un efecto inmediato en Qatar, porque la IAAF tuvo que retirar la acreditación a Salazar, que fue expulsado del campeonato, donde tiene varios participantes con resultados exitosos. Automáticamente, estos atletas, que han hecho el camino de preparación con el gurú, no pueden relacionarse con el sancionado porque incurrirían en una grave violación del Código Mundial Antidopaje.

Al equipo de Salazar pertenece Sifan Hassan, oro en los 10.000 y aspirante al doblete en los 1.500, refugiada etíope en Holanda, una atleta de moda por su calidad y por su historia personal. Hassan se siente “desestabilizada” por el momento de la sanción, aunque nada le impide seguir en competición. Tampoco a Donovan Brazier, que este martes se proclamó campeón de 800 y ondeó la bandera de Estados Unidos, a pesar de las inevitables sospechas que recaen sobre la cuadra de Oregón. No pueden decir lo mismo otros oros mundiales como Mariya Lasitskene y Anzhelika Sidorova, porque su país, Rusia, está suspendido por dopaje de estado. Las dos han participado con un permiso especial de la IAAF, como atletas neutrales, sin derecho a su bandera ni a su himno. Una extraña paradoja.