Valverde: la séptima fue de oro
A la séptima fue la de oro. Alejandro Valverde ya tenía seis medallas en Mundiales, dos de plata y cuatro de bronce. Ningún español se había colgado tantas como él, pero sí había otros tres compatriotas que se habían enfundado el maillot arcoíris: el tricampeón Óscar Freire, Igor Astarloa y Abraham Olano. Al murciano le faltaba la puntilla: escuchar el Himno. El tiempo pasaba y las oportunidades volaban. Siempre un casi. El perfil de Innsbruck, con 4.670 metros de desnivel positivo y ese rampón final ‘tipo Vuelta’ al 28%, volvía a abrirle la puerta a los 38 años. A esa edad, muchos deportistas disfrutan ya de la jubilación. Valverde, no. El incombustible Balaverde venía de pujar por la Vuelta, que sólo cedió el último sábado, y todavía guardó chispa para luchar por un oro que supone el colofón a su brillante palmarés.
En torno a Valverde siempre circuló el encendido debate sobre si confundió su carrera, si tenía que haberse dedicado más a las clásicas y menos a las rondas. Eso nunca lo sabremos, pero sí que su elección le ha conducido a conquistar la Vuelta, a subirse al podio del Tour, a ganar etapas en las tres grandes, a reinar en clásicas, a sumar más de un centenar de triunfos… Este oro pone la guinda en una época en la que corre con la ambición de siempre, pero con menos presión. Corre porque le gusta y gana porque rebosa clase. Sus lágrimas sellan su trayectoria. No quiero olvidarme del equipo y de Javier Mínguez. El ciclismo es un deporte individual: si el líder no tiene piernas, no hay nada que hacer. Pero una buena dirección y el apoyo de los compañeros allanan el camino. España fue una Selección ejemplar, con un ejemplar rematador.