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Tercer tiempo

Las brasas

Las brasas del fútbol (Las brasas, así se titula uno de los grandes libros del poeta Francisco Brines, Oliva, 1932; el resto de los titulillos de esta página serán títulos del mismo poeta) del fútbol se han agitado con la abrupta despedida de Zidane, acaso el futbolista más elegante del mundo, acostumbrado a dar sorpresas en el campo y a ser impecable ciudadano en la vida callejera. Me encontré con Brines en Faura (Valencia), en el cumpleaños de otro poeta y gran amigo suyo, el tinerfeño Fernando Delgado. Y él me explicó algunas claves que explican el adiós inesperado de Zidane.

Ensayo de una despedida

Debió pensárselo mucho antes, pues como buen cartesiano Zidane no es de decisiones improvisadas. Y es, me dijo Brines, un hombre educadísimo, que tiene en cuenta dos factores: los jugadores y la grada, el césped y las personas. Una comparación hizo el poeta: “Zidane es un deportista como Nadal: no dice una palabra más alta que otra, es educadísimo”. A lo largo del curso la directiva le dio tanto dolor de cabeza que ya no tuvo más remedio que reaccionar. Su ensayo para la despedida se parece a su juego y muestra sus valores: estética y fuerza, dice Brines, imaginación, serenidad. Como Nadal, repitió. “Y como Solsona”.

La rosa de las noches

En los tiempos de Daniel Solsona (los años 80 del siglo XX) Julián García Candau y Alfredo Relaño buscaban escritores que explicaran el fútbol para las páginas del recién nacido El País. Entonces no había tantos. Y llamaron a Brines, que ya vivía en Madrid, entre la admiración de otros grandes poetas y amigos suyos. Y no le daba vergüenza escribir de fútbol. Su admiración entonces iba hacia Daniel Solsona, que hacía en el Valencia el papel que harían Zidane o Xavi o Iniesta o Modric en los grandes rivales de LaLiga actual. Era la rosa de las tardes o las noches del fútbol. Imaginativo y sereno, como Zidane.

Amada vida mía

El fútbol era para él un alimento estético más que una competición. La lástima, escribió Brines en el artículo que cité más arriba y que le fue pedido por la sección de Deportes de El País, “el espectáculo se moviliza”, decía entonces, “a las casetas o a los palcos de la vanagloria”. De los palcos de la vanagloria, como los que ahora describe con el mismo propósito Juan Tallón en Salvaje Oeste, trata ahora más que nunca el fútbol, y contra ellos ha ido Zinedine Zidane, partidario de la estética en el campo, como Solsona. “El único fútbol válido sigue por fortuna en el césped”.

Aún no

Y en el césped miren lo que pasaba con Solsona y trasladen esas palabras de Brines a lo que son las metáforas del fútbol de Zidane: “El valencianista ha hecho realidad futbolística el imposible lema francés: la imaginación al poder”. Solsona era “un jugador que no necesita saltar ni correr para pasearse como nadie por los predios centrales”. Esa es la estampa que Zidane llevó al campo, imaginación y solidez estética; sus jugadas, como las de Zidane, se basaban en un amor al fútbol que aún no decae, pero que está amenazado por los palcos de la vanagloria, más pendientes del cheque que del juego.

La última costa

Ahora Brines está pendiente del Valencia, es su equipo. Están contentos del último año. El objetivo mayor de su mirada, no obstante, es la selección de Lopetegui, qué va a hacer España en el Mundial de Rusia, la última costa. Hay algunos solsonas o zidanes en el equipo, y ahí sigue, como si fuera el último mohicano del fútbol, Andrés Iniesta, una combinación de esos dos ídolos que él tenía en mente cuando le recordé, mientras él miraba arte y poesía, aquel artículo suyo que él tituló Una mirada al fútbol desde Daniel Solsona, pendiente de los solsonas que puedan aparecer para “el único fútbol válido”.

La frase

“Hoy el espectáculo se moviliza a las casetas o a los palcos de la vanagloria”

Francisco Brines (EL PAÍS, 14-1-1981)