Zidane tenía la mano después de Kiev

Cinco días después de ganar la Copa de Europa, el Real Madrid no tiene al entrenador que la ha conquistado en tres ediciones sucesivas. Tampoco se sabe si continuará Cristiano Ronaldo, estrella de proporciones históricas, y no es fácil descifrar la situación de Gareth Bale, el jugador que rompió la barrera de los 100 millones de euros. Minutos después de terminar la final de Kiev, sintió que su golazo le autorizaba a tirar a Zidane al tren. “O juego siempre o dejo mi asunto en manos de mi agente”, vino a decir Bale, abriendo varios frentes polémicos: el desafío al entrenador, la fricción con una buena parte de la plantilla y la posibilidad de abandonar el Real Madrid una vez reubicado en el mercado, condición procurada por su impresionante tijereta. Ningún dirigente del Real Madrid le afeó la conducta y ya sabemos una consecuencia: Bale no tendrá que preocuparse por las decisiones de Zidane. El técnico se ha ido.

Es evidente que la final de Kiev marcaba la divisoria del Real Madrid en la temporada. Por compungido que pareciera Florentino Pérez en la conferencia de prensa del técnico, estaba claro el despido de Zidane si el equipo perdía frente al Liverpool. Madrid es grande pero no lo suficiente como para no enterarse de las críticas que se han vertido esta temporada sobre Zidane. Las extravagantes reacciones de Cristiano y Bale después del partido tampoco favorecían su continuidad, aunque el delantero portugués apuntara al club y el jugador galés criticara al entrenador. No era el mejor modo de comenzar una nueva temporada o un nuevo ciclo.

Zidane sabe bastante de finales dramáticos. Fue expulsado en su última actuación con la selección francesa, después de su célebre agresión a Materazzi en la final del Mundial 2006. En esta ocasión, ha tenido la oportunidad de elegir su destino, sin interferencias dramáticas. Sin ninguna experiencia previa en la Primera División, ha dirigido al Real Madrid durante dos temporadas y media, con un balance impresionante: tres Copas de Europa, una Liga y todos los títulos restantes, excepto la Copa del Rey. El éxito de Kiev le vacunaba contra una despedida traumática y le liberaba para tomar cualquier decisión. Decidió marcharse.

Su ciclo ha sido excepcional por numerosas razones. Ha ganado un escandaloso porcentaje de títulos, ha hecho historia en la Liga de Campeones con las tres victorias consecutivas y, en la temporada 2016-17, dirigió al mejor Real Madrid de las tres últimas décadas. Con algo de desdén se le ha catalogado como un gran gestor del vestuario, como si esa tarea no fuera la más ingrata, compleja y casi inabordable en el Real Madrid. Las astracanadas de Cristiano y Bale después de la final confirman la magnitud de la tarea que Zidane ha cumplido en una selva de estrellas.

Tuvo aire de reproche la elección de su mejor momento como entrenador. “La Liga que ganamos”, dijo. Sonó a aprecio sincero por lo que significa el campeonato de la consistencia, del día a día, del cotidiano trabajo bien hecho. Sus palabras también señalaron la tristeza por el deficiente campeonato del Madrid, cuando parecía que el equipo llegaba con el viento en las velas después de sus dos victorias sobre el Barça en la Supercopa. No hay una explicación razonable para el desplome en la Liga. Por eso mismo, las palabras de Zidane contenían un cierto tono de reproche, no se sabe si a él mismo o al equipo.

Su legado resulta especialmente importante porque ha funcionado como el mejor embajador posible del Real Madrid, un hombre inteligente, sensato y astuto que ha devuelto al club a la posición de máximo prestigio que perdió durante el violento trienio de Mourinho. Ese formidable papel institucional lo ha tramitado en cada una de sus 300 conferencias de prensa, en cada entrevista y en cada aparición pública. En ese capítulo, donde es casi imposible salir ileso, Zidane ha sido tan trascendente como en el banquillo, donde de repente se aprecia un vacío abismal.

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