Griezmann, del carrusel a la depresión

No es ningún secreto que cada aparición de Griezmann en cualquier bolo televisivo, entrevista o pseudoreality supone un directo al estómago colchonero. Tanto para el del aficionado, como al del propio club. Pero para los gestores eso ya es lo de menos. Se acostumbraron después del carrusel veraniego. Aquel que protagonizó Griezmann nada más poner pie en territorio galo, después de haber dejado apalabrada su continuidad. La firma del nuevo contrato se alargó tanto como lo hicieron sus apariciones para charlar entre amigos de porcentajes, hipótesis y sueños de Biwenger. Con ello estiró el chicle y, también, la tesorería rojiblanca. El esfuerzo económico tuvo que ser sin precedentes, pero el galo se pasó de frenada y sembró vientos. Y no sólo entre la masa social.

Sus compañeros lo vivieron con asombro. Los que jugaban y los que no. Los unos porque no veían necesario ese tira y afloja y los otros porque, debido a la situación del club, tenían que quedarse sin decir esta boca es mía. La temporada y los goles debían liquidar todo aquello, pero la pelotita no entra… Al menos no lo hace como debería para un club con 340 millones de presupuesto, 260 en salarios. Porque no se pierde, pero tampoco se gana y si el balón no entra no es sólo por culpa de Griezmann. Incluso se puede entender su depresión. Ciñéndonos a la Liga, estamos hablando del décimo equipo en porcentaje de pase, el decimocuarto en ocasiones de gol y el octavo en tantos marcados. El Atlético se frenó, lo hizo hace poco más de un año tras aquella derrota en el Pizjuán, cuando el modelo parecía que evolucionaba. Los resultados cargaron de razón aquel paso y se enterró el debate. Ahora ni Griezmann ni otros encuentran la inspiración, pero la diferencia es que ninguno de esos otros sembró vientos y sólo los goles podrán aplacarlos.

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