Hemos palmao
El léxico que empleamos es como la ropa. No vestimos igual para ir a una boda que para correr por el campo.
Un abogado no se expresa con las mismas palabras cuando interviene en un juicio que cuando conversa en la taberna. Una cirujana no usa iguales vocablos si presenta una ponencia en un congreso de medicina que si se encuentra con una amiga.
El Diccionario suele orientar sobre ese valor de ciertos términos. Cuando alguno de ellos se considera malsonante, vulgar o coloquial, lo señala junto a la acepción correspondiente.
Una de las voces que forman parte del registro coloquial y jergal es el verbo “palmar”, tanto con su significado de “morir” como en el de “perder en un juego”.
La expresión procede del latín “palmare”, y equivalía a “dejar impresa la palma de la mano”. De ahí se derivó el chistoso sentido de “abofetear” o “caer derrotado”; y, cuando al hablante no le iba nada en el asunto, también se empleaba para decir que alguien, como consecuencia del golpe, había perdido la vida.
Pero este verbo de andar por casa en zapatillas siempre se excluyó de los registros formales y elegantes.
Por eso a ningún director financiero se le ocurre decir ante la junta de accionistas “este año hemos palmao más dinero que el anterior”. Ni el juez escribirá en su sentencia que el acusado “tiene que palmar 100.000 euros de indemnización”. Ni la profesora les dirá a sus alumnos que “quien no estudie va a palmar el examen”.
Todas esas expresiones constituirían una cierta falta de respeto al marco en el que se producen y a sus destinatarios, a quienes no les parecerá ningún chiste perder el valor de las acciones, pagar una multa o suspender en el examen.
Sin embargo, oímos a menudo por la radio oraciones como “el Valencia palmó con el Barcelona”, “el Manchester United palmó con el Chelsea”, “el Unicaja palma con el Real Madrid”…
Algunos periodistas reiteran esta expresión pedestre pese a que se supone deben hablar en cierto registro culto y de respeto a su audiencia, incluidos los seguidores cuyo equipo ha “palmao”. Esto no impide, por supuesto, el uso de un lenguaje relajado y sencillo, periodístico y ágil…, pero no inculto ni vulgar.
Porque puede ocurrir que el valor añadido de las palabras del periodista se reduzca bastante si nos habla como lo hacemos entre los parroquianos de la taberna.