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Hasta hace cuatro días, en el Espanyol existía una convención no escrita según la cual pronunciar la palabra Europa estaba prohibido. ¿Lo recuerdan? Era emplearla a la que el equipo enlazaba varios buenos resultados y empezar a salir todo al revés. Por eso no es de extrañar, visto lo visto, que desde el día en que Míster Chen agitó su varita mágica para augurar que el club perico irá a la Champions en tres años, las ilusiones deportivas se han ido desvanenciendo con vértigo por el sumidero del desastre. Brindar una segunda oportunidad a Galca, esta vez hasta el sábado contra el Valencia, es el penúltimo ejemplo: una manera poco menos que masoquista de alargar la agonía. La catastrófica imagen ante la Real Sociedad no da demasiado lugar a la esperanza.

En menos de dos meses, 57 días para ser exactos, se ha constatado que Galca no fue una elección acertada (no gana desde su primera jornada, el 19 de diciembre) y, aunque el calendario no haya jugado a su favor, tampoco lo ha hecho su apuesta por un fútbol asociativo en una plantilla preparada para un estilo más elemental. La carencia de liderazgo en ese vestuario, junto a cierta inexperiencia, es otro problema de difícil solución, aunque al menos se ha afinado en el diagnóstico, primer paso para ponerle remedio. Y también lo es el máster en gestión deportiva de los nuevos dueños, contrastados en proyectos a largo plazo y ahora obligados a reconstruir en días —en el banquillo y la dirección deportiva— un juguete roto de repente en mil pedazos.