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“Tranquilos, sé que me voy en paz”

El lunes de la pasada semana me acerqué junto a Carmen Colino al Hospital de Puerta de Hierro. Allí habían ingresado a Ignacio Zoco. Sabíamos que esta vez no había solución. Estaba muy malito. Su hijo nos dijo: “Id a verle, os lo agradecerá”. Estaba en la habitación 230. Al entrar le vi sentado y su sonrisa diáfana me confortó. Bromeé con él: “Maestro, el número de tu habitación coincide con los goles de Cristiano con el Madrid en Liga”. Volvió a sonreír. Nos explicó que mantenía sus costumbres innegociables: “Sigo comprando todos los días el AS y el Marca. Os leo y me entretengo. Me hacéis olvidar este calvario”. Hace un año ya lo dábamos por perdido, pero su espíritu indomable exhibido como jugador del Madrid le tuvo 18 meses más entre nosotros. “En Cambrils he disfrutado este verano como nunca con María (su mujer) y mis amigos de siempre. Tranquilos, sé que me voy en paz. Mi cuerpo no aguanta más...”.

Admirable su entereza. Refresqué en mis recuerdos las comidas inolvidables que Zoco, Pachín (su alma gemela) y Alfredo Relaño manteníamos cada dos o tres meses. Eran horas y horas que fortalecían el sentido de la vida para un madridista. Zoco tenía una memoria privilegiada y sus anécdotas, siempre con las simpáticas correcciones de Pachín, nos alimentaban para entender la grandeza histórica de este club. Él simbolizaba todos los valores del Madrid que me inculcó mi padre: bondad, generosidad, inteligencia, prudencia y humildad. Descansa en paz, amigo.