Elogio al fútbol

Luis Enrique. Es justo decir hoy que este equipo tan extraordinario, que anoche hizo sufrir pero que también hizo felices a los seguidores y a los que aman el fútbol, es obra de la historia reciente del Barça, y en ella tiene ya un podio para Luis Enrique. El entrenador asturiano ha pasado por todas las etapas del fútbol, de él se ha desconfiado y se ha temido, pero nunca recibió tanto crédito como hoy, porque nació, en el banquillo azulgrana, signado por los imponderables. Cuando el equipo sufrió el desastre de Anoeta hubo una digestión difícil, de psicólogo de cabecera, y sólo la paciencia y, al parecer, la gestión de mano izquierda de Xavi Hernández, recondujo la pasión de los egos (el de Luis Enrique y el de Messi) y la temporada se encauzó para dejar de ser un río revuelto.

Paciencia. A esa paciencia contribuyó el vestuario, pero sobre todo el decisivo juego del tridente; esa es la historia de una buena amistad, como dijo anoche Luis Suárez después del partido. Los futbolistas, dijo, han sido humildes, buenos compañeros, y han sido autocríticos, se han puesto a trabajar para darle al equipo la identidad que finalmente ha tenido. El Barça de Luis Enrique es, como decía el filósofo François Mauriac que quería ser si resucitaba, “el mismo, pero mejorado”. Esa mejora no es tan solo la consecuencia del espíritu del tridente, ni siquiera del equipo que juega en el campo; se debe, sobre todo, a la gestión (y a la digestión de la crisis) que llegaron a hacer Luis Enrique, Unzue y muchos ayudantes colaterales de este nuevo espíritu de un conjunto tan dado al desmoronamiento. Entre ellos quisiera destacar hoy al delegado de campo, Carlos Naval, que fue testigo del ingreso de Messi en el campo hace años, que también fue espectador de privilegio del ingreso de Neymar y que anoche los abrazaba seguramente pensando hasta qué punto ellos son decisivos en este triunfo, y hasta qué punto, sobre todo, ha sido decisivo que se llevaran bien.

El juego. Hubo periodos en este partido con los que se podría hacer una radiografía del Barça de la temporada. Hubo de todo. Hubo pájaras, claro, pero también hubo nerviosismo y desánimo, pero hubo un jugador decisivo, Rakitic, y otro jugador que hasta en el silencio de sus botas se guarda algún milagro, Lionel Messi. De éste siempre hay que esperar pócimas extrañas; cuando se enrabieta gana en velocidad, y se hace no sólo decisivo sino misterioso; de dónde saca la energía para inventar incluso cuando está en minutos bajos. De esa energía aportó, al fin, la sustancia de los goles, pues en alguna medida estuvo en los tres; su estímulo es una esperanza que cruza el campo, se aloja en el alma de los aficionados y llega a nuestras casas. Cuando Messi toca el balón nosotros respiramos. Y ayer nos hizo respirar hasta cuando al equipo se le vio la soga (de Morata) al cuello.

Despedidas. Fue muy emocionante ver a llorar a Pirlo. Hizo un partido completo y difícil, y por su gaznate de gran futbolista debió caer el trago amargo de la derrota. Respeto para el gran capitán italiano. Y respeto sumo también para Xavi, que deja el Barça para entrar en la leyenda emocionante de los que saben que el fútbol es una cuestión de nombres propios y, sobre todo, de juego, de azar y de ambición de ganar respetando al otro y a su historia. Fue un gran partido, fue una gran Juventus. Y al Barça hay que felicitarlo más porque la victoria fue difícil.

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