Cuando pierde, da la mano

Cuando hablo de Piqué me cuesta ser objetivo a no ser que haya perpetrado una catástrofe de partido como el último ante el Valencia, que fue para matarle. Cuando juega, se le juzga como futbolista y cuando es persona, es la mejor compañía del mundo. Sabe que cae mal en muchos ámbitos porque jamás se mordió la lengua, pero en la exquisita entrevista de JotDown reconoce que “puedo llegar a caer mal. Lo sé, pero ojalá sólo sea en el terreno deportivo, nunca he pretendido ser faltón (...) vivo muy vivamente la rivalidad con el Madrid. Si me he equivocado, pido disculpas”.

Lo dice el tipo que tras escuchar todos los insultos del mundo hacia la madre de su hijo se quedó en el césped de Mestalla para dar la mano a todos los jugadores del Madrid que le habían ganado la Copa del Rey. Un ejercicio de deportividad absolutamente desconocido para muchos de los que lo recibieron, acostumbrados a correr como conejos a la orden de su amo al vestuario cuando perdían. Él, que ahora reconoce el Balón de Oro de Cristiano y que les felicitó, es un culé que cuando pierde, da la mano. No lo puede decir todo el mundo.

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