El destino se torna cruel

Doriano Romboni fue un piloto de mi generación, en edad y coetáneo a mí como enviado especial de AS a los grandes premios. Quizá por eso la noticia de su muerte me resulta especialmente triste, era un tipo por el que sentía simpatía como piloto y como persona. Españoles e italianos siempre nos hemos sentido especialmente cercanos y en la pista le recuerdo como un piloto decidido y valiente, de corazón caliente y mucho talento. Retirado de la competición ya desde hace mucho, el motociclismo seguía siendo su pasión y su vida, colaborando con la federación de su país en la búsqueda de nuevos valores que permita recuperar a Italia los privilegios que ha perdido en favor de España. Por eso estaba ayer en la carrera homenaje a otro grande como Marco Simoncelli.

Su muerte, al margen de la desgracia evidente que representa, es un guiño cruel del destino precisamente por cómo se ha producido. El accidente parece una réplica del que le costó la vida a Simoncelli en el GP de Malaisia de 2011 y vuelve a evidenciar que los atropellos se han convertido en la lacra del motociclismo de competición. Se realizan esfuerzos en aras de la seguridad en los circuitos, pero lo que parece inevitable es que un piloto pueda arrollar a otro cuando se queda sin margen para esquivarle. Son los impactos más terribles, violentos y letales puesto que un cuerpo indefenso es un objetivo frágil para una moto lanzada a toda velocidad. Al menos nos queda el consuelo de saber que Romboni se ha ido haciendo lo que amaba. Como Marco… Descanse en paz.

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