Qué pena que no quepa en un museo

Los ojos de San Mamés son los únicos que han visto todas las Ligas y miraron siempre con respeto, veneración, temor, rivalidad máxima y entusiasmo al Madrid. También con un punto de rencor en los últimos años, producto del renacimiento del Athletic en los ochenta, que con sus dos Ligas invadió lo que el Madrid siempre ha considerado su espacio natural. Un espacio que también fue del Athletic y que perdió con el paso de los años tras la apertura del fútbol español a los futbolistas extranjeros, a la que, por voluntad propia, siempre renunciaron el club y su hinchada. Fueron tiempos de la Quinta del Buitre y Hugo Sánchez, en los que se acentuó la hegemonía blanca en la Liga, y también de una gran agitación política que alcanzó de lleno al fútbol.

La rivalidad ya no ha vuelto a ser tan limpia desde aquella década de convulsión. De ahí que la admiración en Bilbao por Cristiano Ronaldo ande muy lejos de la que en su día tuvo por Di Stéfano, pero aun así supo aplaudir a Raúl, moderadamente con la camiseta blanca y encendidamente cuando vistió la del Schalke. Para los futbolistas del Madrid jugar en San Mamés supo a desafío. Siempre les gustó presumir de haber pisado La Catedral. Césped llovido o regado a gusto del técnico del Athletic, adversario extramotivado, público embravecido y escenario de leyenda. Un escenario que este verano se llevará por delante la modernidad. Y como los estadios no caben en los museos, ni siquiera en los de Bilbao, habrá que guardar San Mamés en la memoria. No nos costará.

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