Costa y Óliver, dos formas de vacío
Vallecas recuperó viejas pesadillas del Atlético. Sesiones marcadas por el desinterés y la desatención, ese viejo saltar al campo por saltar que Simeone había borrado del diccionario. El técnico contribuyó el domingo a la confusión con un alineación rebajada que invitaba a entender que la cita más importante ya no era la que estaba en juego sino la siguiente. Herido de ciertos suplentes y con la vista levantada de la religión del partido a partido, los rojiblancos no se reconocieron. Sin duda influyó que no estuviera Diego Costa, el guerrillero que estos días garantiza la entrega. Y que contagia. Y que, ahora que el invierno mantiene secuestrado a Falcao, dirige y hasta acapara la respiración del equipo.
Sin el brasileño hubo menos bronca, pero también un vacío descomunal. Cuando no muerde, este Atlético se vulgariza. Al paso, se hace vulnerable. Con las manos en los bolsillos y la mirada distraída, le gana cualquiera. Conviene no olvidarlo. Y tampoco el pecado que constituye el ninguneo a Óliver Torres. Diez minutos del chico bastaron para renovar las ganas por verle jugar y colocar nuevos signos de interrogación sobre su secuestro. Su fútbol es otra cosa, más bien sutileza, pero no puede esperar más.