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¿Crees que merece la pena?

Cincuenta años más tarde de la definición del metro como unidad de medida se descubrieron las montañas más altas del mundo en el Himalaya y el Karakorum. Hasta entonces ese lugar era para los nativos de Asia un espacio reservado a dioses y leyendas. Muy poco después se supo que de esos miles de picos que se encuentran en esas cordilleras, de más de 2500 kms de longitud, apenas catorce superan los ocho mil metros de altitud. Fue simplemente una casualidad, aquella que unió la ciencia cartográfica y la sistematización de medidas de la Ilustración, la que propiciaría el nacimiento de esa atracción por las montañas más altas del planeta. Porque en el Himalaya hay cientos de montañas más bellas que el Everest y decenas de escaladas más difíciles que las que se realizan en ésta… pero no tienen ocho mil metros. Hubo que esperar casi un siglo -y bastantes expediciones con numerosos sacrificios humanos en el camino- para que dos alpinistas pudiesen hollar la cima de una de estas montañas. Era el 3 de junio de 1950 cuando uno de ellos agotado y congelado, Luis Lachenal, paró a su compañero para preguntarle: ¿Crees que vale la pena? Maurice Herzog le contestó que aunque se diese la vuelta él continuaría. De esta forma se lograría la primera escalada de un ochomil, el Annapurna, aunque ambos sufrirían terribles secuelas. Herzog sufriría las amputaciones de todos los dedos de los pies y las manos.

Hablo con Iván Vallejo, mi amigo ecuatoriano que ahora mismo está en el Manaslu y me relata la honda impresión que les ha causado llegar al campamento 3 del Manaslu, que en la madrugada del pasado domingo fue arrasado por una avalancha de unas dimensiones gigantescas. "Nunca he visto nada parecido en mi vida", me dice Iván, con más de 20 expediciones a estas montañas, y poco dado a la exageración. También está sorprendido por la cantidad de gente que: "está aquí y que no debería estar. Hay gente que, como decimos coloquialmente, no sabe ponerse los crampones" Como Iván, una gran parte de la élite del alpinismo está en desacuerdo con la llegada de estas expediciones comerciales al Himalaya. Han destrozado el equilibrio y, lo que es peor, la esencia del alpinismo y el respeto ambiental. Aunque muchos pensamos que quizás fuese inevitable. Reconozco que quizás no les falte algo de razón a los que piensan que estos lamentos rezuman elitismo y cierta ingenuidad, factores por otro lado presentes en el alpinismo así como en otras manifestaciones deportivas de cierta importancia. Argumentan, con razón, que si estas montañas estuviesen en Europa o USA también se hubiesen comercializado. Y tengo que aceptar que algunos días de verano las rutas normales del Mont Blanc o la del Cervino están más masificadas que el Everest y sin embargo nadie se queja. Pero creo que habría que tener en cuenta al menos algunos argumentos razonables. Desde el comienzo de esta actividad hasta hoy, todos los países civilizados han dado grandes pasos en la conservación de los grandes paisajes y muy en particular los paisajes de montaña. No es excepcional, ni una casualidad, que los primeros parques nacionales en España fuesen los de Picos de Europa y Ordesa. Los países que comparten el Himalaya quizás no debieran esperar tanto como nosotros. Y también un dato objetivo: no es lo mismo una montaña de cuatro mil metros que una de ocho mil y por tanto no es lo mismo cuidar de la seguridad de un cliente en una que en otra. Por otro lado, en estos 200 años de evolución del alpinismo, los pasos que se dieron desde la ascensión del Mont Blanc hasta la del Everest, fueron largos, difíciles y muy lentos. Es un camino que cada alpinista tiene que dar de una forma u otra. Pero sabemos que cuando se acortan tienen consecuencias dramáticas. En realidad, muchos atraídos a esta moda de ascender ochomiles, -una "absurda colección", como ha sido llamada- no tienen la suficiente preparación quizás ni para subir al Cervino.

Podría decirse que la ascensión del Manaslu es sencilla. Y lo es. Pero en una montaña de su altitud y envergadura el aspecto técnico es sólo uno más y quizás no el más importante. Hay factores, como las grietas, seracs, puentes inestables de nieve y otros, no menos importantes, como los aludes y los cambios bruscos de tiempo, que la hacen temible y, estadísticamente hablando, una de las montañas más letales del Himalaya. Y luego está la altitud: a seis mil metros el cuerpo comienza a deteriorarse con rapidez. Por encima de siete mil metros no es posible la aclimatación total y por encima de ocho mil te mueres en cuestión de horas; a lo sumo pueden ser unos pocos días, aunque cuentes con alimento y bebida. En realidad, como todo buen alpinista sabe, por encima de siete mil metros aunque todo vaya bien te puedes morir. A pesar de ello no faltan los que quieren intentarlo. Alguien resumió esta paradoja con la siguiente frase: "Muchos van a un ochomil con la idea de subirlo o morir. Hay quienes lo suben, hay quienes mueren y hay quienes hacen ambas cosas". El alpinismo es una actividad peligrosa y cada cual debe ser consciente del riesgo que acomete cuando emprende una ascensión a una montaña de esta altitud, pero acumular personas en zonas de alto riesgo no puede llevar más que a la catástrofe. Y si están poco preparados mucho más. Es una cuestión estadística. Si no cambiamos, tarde o temprano, volverá a repetirse.