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La palanca de Laudrup y la ruleta de Zizou

Ginés Meléndez fue el primero que me habló de Isco. El actual coordinador de categorías inferiores de la Selección lo tenía claro: "Tenemos un jugador diferente en la quinta del 92. Un fenómeno al que es imposible quitarle el balón". Lo comprobé poco después en su estreno con La Roja. Primero en entrenamientos y partidos amistosos con la Sub-16; luego, fundamentalmente luego, en sus exhibiciones con la Sub-17, especialmente en el Mundial de Nigeria, en 2009. Para entonces el Valencia ya había apostado por él tras verle con la Andaluza. Y no me extraña. Isco es de esos futbolistas que con un solo gesto se delatan. No puede evitarlo. Su forma de conducir el balón con el exterior, esas ruletas que realiza con la naturalidad de Zidane y los pases hacia el espacio haciendo palanca con el pie al estilo Laudrup son orfebrería de lujo a sus 19 años.

Añade a todo esto otros dos aspectos muy importantes que han hecho que el Málaga haya apostado por devolverle a su tierra. Por una parte, su sentimiento hacia el club, innegable, por el que ha dejado de lado la opción de prosperar en el Valencia y jugar este año la Champions; por otro, un carácter afable que contagia al resto, sirve para reforzar el grupo y dispara la sensación de diversión sobre el campo. Y es que si algo hace Isco cuando salta a La Rosaleda o a otro estadio es divertirse. Disfrutar con el balón, bailar con él, flotar hasta activar una pulcra sensación de bienaventuranza. Da gusto verle jugar como dio gusto hacerlo cuando despuntaron Xavi, Iniesta, Silva o Cesc. No es una quimera pensar que el de Benalmádena algún día ocupará su lugar. Es más, sería lo lógico. Y, entre medias, el Málaga será el gran beneficiado. Bienvenidos, pues, a la era Isco...