De un campo de berza a una catedral
Ganó Inglaterra un partido que pudo perder porque a falta de cinco minutos Gales se puso a tres puntos. Vibró Gales y tembló Twickenham, catedral del rugby, que ayer cumplía 100 años. Un estadio que ha visto evolucionar un deporte, el reflejo de una sociedad, de un país. Situado en un barrio al suroeste de Londres, en el condado de Middlesex, Twickers, fue adquirido por la RFU en 1907 por la popularidad del rugby que iba en aumento tras los llenos registrados en el estadio Crystal Palace en los partidos ante Nueva Zelanda y Suráfrica. En la primera guerra mundial el campo se utilizó para dar de comer a vacas, caballos y ovejas. A partir de 1921 el campo empezó a crecer, grada a grada, hasta que en los años 80 adquirió personalidad propia.
Por un estrecho pasillo de apenas dos metros salían a la vez los dos equipos al campo, al que se accedía dando un salto. Las gradas estaban pegadas al césped y las cabinas de prensa, colgadas del primer anfiteatro. El estadio era pequeño pero con encanto. Magia que perdió con la ampliación, que llegó con la profesionalidad del rugby y la inclusión de publicidad en las camisetas, que perdieron su toque de distinción. Hay que valorar el gesto de Inglaterra de volver al pasado con una camiseta sin publicidad (o si la llevaba era de forma muy disimulada), para rememorar el centenario de Twickenham. Para recordar dónde nació todo, cómo se hicieron grandes y de dónde provienen. De un campo de berza, en 100 años, a una catedral.