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Carlos Marañón

La parábola del pijo pródigo

En los días tristes hay que tirar del amigo Perogrullo para que nos eche un cable con la columna. Y él lo tiene claro: el fútbol moderno es otra cosa. La modernización a ultranza del fútbol capitalista no debería servir sólo para alquilar palcos VIP, montar restaurantes en el campo (perdón, estadio), vender camisetas chillonas, abanderar una web y una tele, y poner a 100.000 chinos a cantar el horroroso himno del Centenario. Visto que otro fútbol ya no es posible, que no volverán las botas negras ni las boquillas Targar, ojalá la administración de los clubes funcione algún día como los bancos, y no solamente porque allí ni Dios se cuela en una asamblea, que también. ¿Qué nos queda a los que sólo nos importa el balón después de todo este lío?

No hay Nanín que por bien no venga. Que nos sirva de parábola: la del club que quiso volver a funcionar como el patio engominado de Monipodio. Madrid, Barça, Athletic y Osasuna mantienen el privilegio de ser clubes de fútbol a la antigua usanza entre Sociedades Anónimas Deportivas. El escándalo de la Casa Blanca demuestra que esa supuesta ventaja ha resultado un inconveniente. Es mentira que los socios sean dueños de los clubes. No podemos seguir soñando con entidades familiares manejadas desde una barca en Santa Pola mientras las empresas y las marcas más importantes del mundo juegan la liga del Real Madrid. Lo mejor es que hoy vuelve a rodar el balón. ¿Y mañana? El domingo que viene siempre sale el sol.