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La victoria, una cuestión de fe

Ganar, ganar y ganar y volver a ganar. Ganar, ganar... Es como si a los internacionales se les hubiera quedado marcada a fuego la retahíla de Luis Aragonés, que venía a explicar de esa forma tan sencilla y tan suya cuál es la esencia del fútbol. La Selección conjuga el verbo ganar cuando juega bien, mal y regular. Incluso a ráfagas, a ratos, como anoche. También cuando pierde a los cinco minutos un jugador importante (Torres) y el marcador se le pone en cuesta.

Hoy por hoy, la gran virtud de esta Selección es la confianza en sí misma. Es una cuestión de fe. El partido de ayer, resultado al margen, mantiene abierto el debate si el equipo se acopla mejor a jugar con un delantero o con dos. Lo que no debería ser motivo de discusión es que ofrece su mejor versión cuando juega con paciencia, con circulaciones largas de balón, cuando toca de derecha a izquierda, o viceversa, con apoyos constantes en espera del momento exacto en el que el rival se desespera... y surge el anhelado hueco. Este equipo pierde parte de su ser cuando se precipita, cuando tiene prisa, cuando mete una marcha de más. Cuando acelera y cae en un juego demasiado directo. Ayer los hombres de Del Bosque tuvieron minutos de ansiedad, de transiciones excesivamente perpendiculares, en las que Villa recibía siempre de espaldas y no había llegadas desde la segunda línea.

Todos esas cuestiones tácticas quedaron reducidas por la irreductible búsqueda de la victoria. No fue el partido de Capdevila ni de Senna ni de Cazorla, pero ahí estaban Puyol, inmenso; Iniesta, sublime; Xavi, certero; Villa, oportuno. La entrada de Xabi Alonso debe considerarse crucial en la remontada. El de Tolosa anda en plan Kaiser, como dice un buen amigo suyo que sería capaz de hacerse del Barça si acabase en el Camp Nou y eso que es blanco-blanco.