Raúl tras el paréntesis de los galácticos

Los números de Raúl no dejan de asombrarme. Hace tiempo que le di por entrado en una decadencia definitiva, en la que no tendría más agarradero que su astucia y su voluntad, valores necesarios para todo buen jugador, pero no suficientes para mantenerse en la élite. Y élite es uno de los puestos de ataque del Real Madrid, donde se exige una producción de goles notable. Bueno, pues resulta que sí los está marcando. Diecisiete en la Liga, veintidós con la Champions. Y los que caigan aún. Números que le colocan en el promedio de los que marcaba antes de la llegada de Ronaldo.

Ronaldo apartó a Raúl del gol, por su propio estilo de juego, por el que impuso en el Madrid, y por la disciplina de Raúl, que siempre se prestó a sacrificar su conveniencia personal en favor del equipo. Un poco más atrás, un poco más a la izquierda, mucho más atrás, a la derecha del todo... Donde hiciera falta. Sus goles menguaron, y como su velocidad también menguó, empezamos muchos a verle casi con lástima. Como alma en pena que sudaba sangre por mantenerse ahí, también como un tapón que impedía el acceso a su puesto a jóvenes en los que veíamos la novedad, el futuro, la promesa de algo mejor.

Estábamos equivocados. Ha habido que darles la razón a Lama y a unos pocos más que siempre creyeron. Pasada la euforia galáctica, Raúl vuelve a sus números de antes. Su peripecia con los galácticos evoca esas fábulas morales que nos enseñaban de pequeñitos: 'La cigarra y la hormiga', 'La tortuga y la liebre', 'El patito feo'... Ronaldo ya no está, ni tampoco otros cuyo brillo nos cegó. Raúl sigue ahí, constante y fiero. Ha vencido al escepticismo, el peor de los enemigos. Por eso alcanza ahora un reconocimiento mayor que el de sus mejores días. Aunque no vaya a la Eurocopa, ha ganado la carrera al tiempo.

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